El mundo de Marta Buneta está patas para arriba. Y así, de hecho, mirando todo desde una perspectiva inusual, termina la protagonista de este cálido documental en el último de los singulares shows que Malena Moffat y Bruno Rodríguez hilvanan a lo largo de un relato polifónico que gira en torno de un personaje único y traza hipótesis sobre su lugar en un entorno que funciona con otras reglas.
Está claro que Marta, una artista callejera que monta periódicamente sus personales números coreográficos y musicales en una vereda de la zona de Congreso, tiene su propio universo sensorial y afectivo. También que sus rutinas, en apariencia extravagantes, responden más a deseos que a mandatos, algo que la transforma en una individualidad difícil de encuadrar.
El horizonte de esta serena septuagenaria es la performance, pero su arte circula fuera de los circuitos de legitimación más habituales. Y la película se compromete en ese mismo camino, acompañándola con respeto, pero sin solemnidad.
Si la respuesta social para el que no encaja en la lógica del sistema es el desprecio, o la indiferencia, y la institucional suele limitarse a la dinámica del diagnóstico y la medicación, Marta Show se planta como decidida alternativa: apuesta a la solidaridad y la empatía, dos valores tachados de ingenuos o voluntaristas con un cinismo que esta venerable señora no tiene.