Marta Show: un psicodrama indigente
Retrato de Marta Bunetta, una performer callejera, la película de Moffat y López se involucra de modo muy singular con su personaje.
No debe haber muchas películas, si es que hay alguna, en las que el director o directora lloren en cámara. Es lo que sucede en este documental, cuando una comisión policial, llamada seguramente por algún vecino, intenta ponerle punto final al show que Marta Bunetta, una mujer en situación de calle, monta cotidianamente en la vereda, a espaldas de la plaza 1º de Mayo. Aterrada ante los portadores de gorra, Malena Moffat, codirectora de Marta Show, llora de nervios. En una escena posterior Moffat (hija de Alfredo, creador de la clínica de psicología social El Bancadero, donde se atendía “a la gorra” a pacientes indigentes) le confiesa a su compañera “de elenco” (ambas actúan de coristas de Marta, en la vereda de la calle Alsina) que no soporta a la líder del show y protagonista del documental. Carol, la compañera de Malena, cuestiona su actitud. Documental confesional, al borde mismo del acting sobreemocional, Marta Show es también en parte un psicodrama indigente, que pone a la correalizadora en la huella de su padre.
“Hace treinta años que estoy acá”, afirma con autoridad Marta Bonetta. En el momento del rodaje Marta acusa 70. Casi medio siglo atrás fue, asegura un señor que pasa, una pionera del strip tease porteño. “Me lo voy a voltear a ese negro”, confiesa Marta a cámara en otro momento (aquí todo se dice a cámara), refiriéndose según parece a un mozo senegalés, vendedor de chucherías. Marta no jode a nadie. Salvo quizás en términos auditivos, producto del volumen del grabador a cassette que reproduce las canciones que ella mima y actúa, haciendo lo que los sajones llaman lip sync. Ataviada de modo estrafalario, con propensión por las calzas, una dentadura postiza extralarge y abundancia de pelucas de plástico, peinados de todo tipo y gorros hechos con pulóveres andinos, Marta hace que canta y presenta también sus coreografías, acompañada de Malena y Carol.
Marta es entre otras cosas un prodigio del funcionalismo urbano, dando todos los usos imaginables a las bolsas negras de basura y cargando todas sus posesiones (que incluyen una palmera que le es robada) en un carro con rueditas, que por lo visto estaciona todas las noches en la sede porteña de las Madres de Plaza de Mayo. ¿O no es acaso también ella, a su manera, otra loca de la plaza? Como suele suceder con la gente que está en el borde, o lo pasó, Marta pasa de alguna ocurrencia genial a un disparate total. Convencida de que todos nuestros males son culpa de ciertos cerebros electrónicos malintencionados (la paranoia es una de sus compañeras de ruta, sospechando incluso de la realizadora y su socia coreográfica), es capaz de observar que los transeúntes se divierten con ella, pero después “vuelven a la Idea”, sintetizando de ese modo la neurosis urbana. “Son todos fantasmas necesarios”, afirma, antes de echar unas gotitas de ibuprofeno en el agua servida, con intención de curar a sus amigas, las palomas. Doblando seguramente las reacciones que despertará el propio documental en el público, ante las exuberancias del show de Marta los paseantes oscilan entre el asombro, el escándalo y la participación, como el compuesto señor asiático que se suma a una coreo original de “Beat It”.