Si bien hay diversas formas de abordar el trabajo documental, una de las más interesantes, de las más magnéticas para el espectador es cuando un realizador encuentra ese personaje con el que uno podría quedarse contemplando por horas.
Marta Buneta es, indudablemente, uno de esos personajes que calan hondo y que tiene una historia lo suficientemente potente como para plasmar en la pantalla. Sabemos muy pocos datos de la biografía de Marta. Inteligentemente, tanto Malena Moffatt como Bruno López, los directores de “MARTA SHOW” evitan ir mucho más allá de lo que Marta quiera contar frente a la cámara, como una forma de respetar su dignidad y no escarbar en datos que sólo permitirían profundizar el costado más “amarillista” de la historia.
Por lo que se va develando, sabremos que Marta hace mucho tiempo que vive en la calle en el barrio de Congreso –luego se irá precisando que ya son catorce años-, y que más allá de todos los contratiempos pone toda su energía en que una vez por semana el show salga con toda la fuerza que ella le imprime.
Marta no improvisa. Por el contrario, ensaya sus coreografías con un rigor profesional que vamos viendo en pantalla: piensa en su vestuario, crea, busca innovar, vuelve sobre sus pasos, es una artista atravesada por su proceso creativo y en la búsqueda permanente de su perfección.
Todo ese enorme talento que pone en juego en su show, que pase lo que pase se monta una vez por semana –no hay lluvias ni fenómenos climáticos que hagan que se suspenda la función- hace pensar que una de las tantas historias que Marta nos cuenta, la de haber sido un gran estrella de varieté (y una de las pioneras del strip tease porteño), que ha llegado inclusive a ocupar un puesto de segunda vedette en el tradicional teatro de revistas, hasta podría ser totalmente cierta.
Pero López y Moffat intencionalmente dejan fluir al personaje: cosa que pocos directores hacen.
Ellos dejan a sus egos completamente de lado para permitir que Marta crezca frente a la cámara, que su historia se potencie a medida que va avanzando el relato y que a partir de ella, se comiencen a narrar las historias de las dos bailarinas que la acompañan incondicionalmente en el show y también en su cotidiano -que es la propia Moffat junto a Carolina Gordon-.
Es entonces cuando ya no nos interesa si lo que Marta nos cuenta es totalmente cierto o no, cuanto de verdad hay en su relato, o si faltan algunos datos precisos de su historia, o si no nos “cierran” algunos detalles de su presente.
Lo más interesante es precisamente que el ojo de los directores nos permite ir alojando a Marta tal como ella ES, sin hacernos demasiadas preguntas, dejando todos nuestros cuestionamientos de lado y sin pretender contrastar ninguna de las hipótesis que se tejen a priori sobre su historia.
La propuesta es justamente poder disfrutar de todo lo que ella elige mostrarnos -y lo que elige ocultar(nos) a la vez- y poder acompañarla en este proceso sin intentar intervenir ese universo íntimo al que Marta nos permite acceder y que nos abre tan generosamente frente a las cámaras y que, al mismo tiempo, seduce e integra a su cotidiano.
Se adivina, por supuesto, por las huellas que ella misma va dejando en su relato, que su pasado ha sido doloroso: cuando habla de las hojas del invierno que han caído de los árboles como hijas que el viento va alejando de su madre/árbol, podemos saber casi con precisión, que algún hecho traumático y doloroso todavía se hace presente y se impone a través de su poesía.
El encuentro, primeramente casual entre Moffat y Marta, ha dado paso posteriormente a un vínculo que fue fortaleciéndose con los años y que ha llegado a permitir que Malena forme parte del show, de su vida, de su despojado cotidiano.
La intimidad es tal, que se genera el espacio propicio para que este vínculo quede registrado en este trabajo documental que se plasma en “MARTA SHOW” y que muestra a la bailarina/directora/compañera habitada con sus propias contradicciones frente a un personaje tan fuerte y tan arrollador como el de Marta, que son de algún modo también las que se nos presentan como espectadores, espejándonos de esta forma mientras estamos viendo/disfrutando el documental.
La mirada exterior, de ese afuera invasivo y en cierto modo condenatorio de algunos espectadores casuales que pasan por la calle y espían este universo que los sorprende, aquellos a quienes les cuesta ver en Marta a una artista y la etiquetan rápidamente en la locura, esa mirada cargada de prejuicio es un poco inicialmente la de cada uno de nosotros en el momento en que se nos presenta un mundo tan ajeno, tan distante, no tan fácil de comprender.
Es por eso que “MARTA SHOW” crece libre de cualquier prejuicio, precisamente porque Malena Moffat ha hecho previamente todo ese recorrido, despojándose absolutamente de cualquier mirada cargada de preconceptos, de cualquier encasillamiento al que uno tiende inconscientemente, aún sin quererlo.
Marta es la creadora de su show y al mismo tiempo es la que va a la peluquería, alimenta a las palomas, concurre a la mesa electoral para emitir su voto, protege a su carro de robos “imaginarios” y reales, sabe manejarse con la policía, pide fiado en el chino del barrio que confía en su palabra y es así como nos vamos asomando a su mundo particular.
La directora enhebra la historia de Marta con su propia historia, a través de su padre y su registro de la insania y las enfermedades psiquiátricas y logra que el relato penetre en zonas realmente conmovedoras.
Frente a tanto documental adocenado y siguiendo una estructura rígida y endógena anclada en el relato familiar, “MARTA SHOW” es una muestra de creatividad, de poder reflejar la cruda realidad, pero atravesada por el arte, por sus vivencias, por su historia.
La lucidez con la que López y Moffat se conectan con este personaje va más allá de cualquier estereotipo, de cualquier convencionalismo: su forma de abordarla le permite dialogar en forma directa, de alma a alma, y eso hace que el documental respire un aire completamente distintivo, de profundo respeto y de una honda libertad.