La fascinación entre márgenes
Aunque las comparaciones nunca son buenas -y para aquellos críticos que se valen de ese recurso transmite cierta vagancia intelectual- si se me permite no es casual que uno de los productores de este documental, dirigido por Malena Moffatt y Bruno López, sea Tomás Lipgot porque para los memoriosos la nostalgia con Moacir y su maravillosa trilogía es instantánea. Tan instantánea como las marcas que atraviesan el universo de Marta Show.
El problema de esta propuesta que parte de la base de acompañar a la protagonista, otrora bailarina de striptease -que para muchos fuese pionera en sus años de esplendor- y quien por elección y algunos temas familiares comenzara a vivir de sus actuaciones en plena calle y de sus acopios de elementos en sus diferentes carros sin encajar en la etiqueta habitual de ciruja versión femenina, no es otro que la predominancia de una mirada demasiado eclipsada por el personaje más que por la persona de carne y hueso, su circunstancia, pasada y presente.
El show de Marta entonces a diferencia de Moacir se come y fagocita todo buen intento en el Marta Show. No surge la espontaneidad cuando toda ella es un personaje. Eso no significa que Malena Moffatt busque singularidades, ni tampoco que marque a veces algunas discrepancias ante la avasallante mujer de 75 años, de agilidad en el manejo del cuerpo indiscutible. Pero el equilibrio entre catarsis y proceso documental a secas, sea la puesta que sea, se pierde en las buena intenciones por la necesidad real de aproximarse a Marta y su manera de pensar su mundo con un enfoque que va hacia afuera de ella y no en su íntima vulnerabilidad emocional.
Para aquellos que conozcan el nombre de Alfredo Moffatt, su famosa obra desde El Bancadero, así como su trabajo de décadas e intento de romper paradigmas en materia de la concepción vetusta de enfermos psiquiátricos o lo que seguimos tildando como “locos”, sin lugar a dudas para Malena, su hija, haber tomado contacto con Marta también le generó otro tipo de vínculo. De otro modo no se entiende sino el para qué sumarlo a su proyecto personal con la colaboración de Carolina Gordon.
Sin embargo, entre esas experiencias y los delirios que ya hoy forman parte de lo cotidiano en Marta Buneta no hay un ápice de incoherencia más que la sensibilidad de una persona que se hizo y reinventa por la elección de vida tomada en la etapa menos luminosa de una vida entre márgenes, pese a los bailes en la calle, las actuaciones espontáneas y el efecto de espejo deformante al enfrentar a una persona excéntrica que puede encontrarse en algunas plazas o veredas sin cámaras que la registren.