Filmar las ideas
“Si cambio las cosas de lugar mi jefe me mata”, le dice una de las personas que trabajan en el MALBA a Martín Blaszko, el artista plástico nonagenario que moriría muy poco después de filmar el documental. Pero el viejito alemán con una simpática tozudez (o tozuda simpatía) lo va a terminar convenciendo de cambiar todo de acá para allá y de allá para acá. “Vos sos artista también, ¿no te parece que queda mejor así?”, le insiste con su acento germánico. El “jefe” (el curador) finalmente vendrá y los problemas aparecerán en esta pequeña gema documental que es MARTIN BLASZKO III, que se exhibe todos los sábados en el mismo MALBA donde, en buena parte, se filmó.
A través de una serie de veinte planos largos, la película de Ignacio Masllorens cuenta lo que parece ser un par de días en la vida de Blaszko mientras prepara una muestra de sus obras en la terraza del MALBA. El filme lo mostrará terminando algunas obras, coordinando a las personas que vienen a llevarse sus, en algunos casos, enormes esculturas de su taller al Museo y, en la parte que más metraje ocupará del filme, analizando, discutiendo y debatiendo la colocación de varias de ellas en esa terraza.
Lo que logra el filme (el III viene a cuento de que se trata del tercer filme de una trilogía que Masllorens hizo sobre el artista y el único largo del trío) es mostrar, en esos pocos pincelazos, al artista pensando y analizando su obra a partir de detalles precisos como el hecho de dónde y cómo hay que colocarla en una exposición, confrontando con el chico que lo ayuda en la tarea quien, luego de resistirse a modificar el lugar en el que el curador puso sus esculturas, es convencido sagazmente por Blaszko -en ese tono de abuelito inocente que usa muy bien- de que quedan mejor como él dice. Luego llegará el demorado curador y allí empezará otro trabajo de discusión que pinta no sólo la personalidad del artista sino su propia concepción de la obra enfrentada a la del especialista.
Masllorens no da detalles ni explica al artista ni a su obra. No hay datos biográficos ni entrevistas a especialistas ni análisis de ningún tipo. Tampoco la cámara recorre en detalle las obras, que se ven como parte de las situaciones que Blaszko atraviesa. Pero no hace falta más que lo que se ve. Ubicada siempre en el lugar adecuado, la cámara captura no sólo la obra sino la relación del autor y de la crítica en relación a ella, permitiendo que la obra cobre también una fascinante dimensión humana.
Lo absurdo que se va volviendo el asunto (es casi una situación de Jacques Tati, con un viejito terco haciendo mover esculturas y otros queriendo volverlas a su posición original) permite que el espectador, sin subrayado alguno por parte de Masllorens, pueda tomar posición respecto a la obra y a las distintas miradas que genera. Claro que la simpática personalidad del artista lleva a que uno, como espectador, se ponga siempre de su lado, especialmente cuando los jóvenes que mueven las obras empiezan a hartarse de este viejito testarudo que duda acerca de todo. Y ni hablar cuando el seco y analítico curador lo contradiga. Por más que lleguen a un acuerdo y todo termine en paz -de hecho, la película se da en el MALBA por lo que uno supone que nadie se sentirá allá ofendido de cómo Blaszko los hace quedar por momentos-, hay momentos de extraordinaria tensión que el documental captura a la perfección.
Se suele decir que las ideas no se filman, pero Masllorens prueba aquí que esa afirmación es equivocada. Sólo hace falta mirar los ojos inquietos de Blaszko para darse cuenta que el pensamiento puede ser capturado por una cámara si se sabe mirar.
MARTIN BLASZKO III se exhibe los sábados a las 18 en el MALBA durante todo el mes de mayo.