La intimidad de un gran artista Ignacio Masllorens se dedicó durante varios años a filmar a Martin Blaszko (Berlín, 1920 - Buenos Aires, 2011), uno de los fundadores del grupo Madí y uno de los principales exponentes de la abstracción geométrica en América Latina. Dos cortometrajes de 2008 y 2010 -que se pueden ver gratis aquí junto a Del punto a la forma (1954), único film dirigido por el propio Blaszko- precedieron a este largometraje, que cierra la trilogía y se convierte en un documento de gran valor artístico y testimonial, ya que describe el proceso creativo previo y el montaje de la que sería su última muestra, en la misma sede del MALBA que ahora recibe en su auditorio a este film. Lo que hace Masllorens es tan sencillo como impecable. Mostrar al encantador, hiperactivo, detallista y talentoso escultor ya nonagenario trabajando en su casa/taller o dando indicaciones a sus colaboradores/discípulos a la hora de pensar y subir la muestra. Son 20 planos largos fijos en los que la cámara absorbe toda esa energía apabullante de Blaszko. No hay subrayados, comentarios, referencias históricas, apuestas melancólicas (quizás, un poco, las fotos en blanco y negro de Alejandro Lipszyc que aparecen en los créditos finales) sino un registro puro y duro, pero en definitiva delicado y fascinante. La intimidad de un artista en todo su esplendor, en toda su dimensión. Nada más y nada menos que eso.
Un día con Martín Tras los dos cortometrajes homónimos, Ignacio Masllorens apuesta nuevamente en Martín Blaszko III (2011) a brindarle cámara y voz a este casi nonagenario escultor a quien apenas se le notan los años pero mucho las ganas de seguir trabajando. A pesar de que recién pasada la media hora empezamos a interesarnos un poco por este personaje, el film consigue momentos muy logrados gracias a la espontaneidad del hombre retratado. Conocer un poco sobre qué hay tras bambalinas siempre despierta curiosidad. En un sistema que nos presenta el producto terminado para la venta (o para la exposición en este caso), descubrir algo del proceso previo permite nuevas miradas sobre algo que parecía conocido. Aquí reside gran parte del interés de este documental, porque apela a que el espectador empiece a presenciar el proceso creativo como lo que es: un proceso que va más allá de la obra terminada y que a veces no tiene que ver con la creatividad solamente. Es asì que casi en la segunda mitad del film Martín debe enfrentar la preparación de la exposición en el Museo Latinamericano de Buenos Aires (Malba) y aquí la mirada del artista tiene menos relevancia que la del curador encargado de trabajar el espacio de la muestra. Martín no parece estar feliz con el trabajo de los curadores, pero la manera de darnos a entender eso resulta graciosa. Muchas de sus ideas acerca del arte las expresa en diálogos con un chico que trabaja en el museo pero también parece estar muy consciente de la presencia de la cámara y hasta se convierte en un showman, buscando la complicidad de esa cámara que registra todo y que está allí por él. Pero hay algo que el director destaca mucho y es la pasión y el trabajo de Martín, la forma de pensar en sus obras, casi como si fueran hijos: cada una con su espacio, su color, su historia. Y la perfección que busca este artista no es para nada caprichosa, aunque claro luego deba aceptar que muchas cosas cambian y que otra gente trabaja para perfeccionar la forma de mostrar arte y, aunque él no lo entienda, debe adaptarse a lo nuevo por necesidad. Masllorens elige filmar un documental en donde los registros en tiempo real por momentos se hacen largos. Si bien esto es una elección consciente, sería válido que la tiranía del tiempo real no provoque letargo en el espectador. No es inherente al documental la elección de no cortar el tiempo y el espacio. Cuando resulta suficiente o necesario para la estética del film estos elementos deben manipularse en pos de privilegiar al personaje. De la otra forma resulta más importante el respeto por aquellos que la forma de mostrar al personaje. Más allá de estas particularidades, el director nos acerca a un hombre que interesa y despierta curiosidad.
Los ojos de Blaszko El retrato de Martin Blaszko como artista y como mirada al mundo se configura, en este tercer y último segmento del documental de Ignacio Masllorens, sobre la base de un espacio abierto y móvil; una especie de convergencia en tiempo y espacio de lo artístico, de los objetos y las personas. Si la primera y la segunda parte fijaban pensamientos y creencias permanentes, por un lado, y por otro las fotografías de los rostros y hechos del pasado, Martin Blaszko III es, entonces, una actualización, una puesta en movimiento de esos pensamientos e historias particulares. El registro de los preparativos para la muestra que Blaszko hizo en el Malba en 2010 ofrece el marco de caos y convergencia perfecto. La gente que lo acompaña y lo ayuda, las obras de la muestra, los curadores e incluso las distintas concepciones estéticas se unen y se chocan constantemente en un mismo plano. Pero en esas largas secuencias en su taller o en el museo, y lejos de perderse entre sus esculturas altas y coloridas y el andar rápido de sus ayudantes, la figura de Blaszko se expande. El escultor argentino nacido en Alemania, que es también un gran comediante, se pasea por los planos y no queda más que seguirlo: el vínculo reflexivo y a la vez alegre con sus obras y con la gente se vuelve un imán que, asimismo y desde dentro del cuadro, se propone como manera de observar. De hecho, y a lo largo de todas las partes del documental, la mirada siempre fue desde los ojos de Blaszko. En lugar de inmiscuirse entre sus obras y espacios privados y someterlos a una cierta perspectiva, Masllorens siempre se detuvo allí donde el artista señalara, no para dejar su figura de lado sino como un modo de aventurarse a descubrir con él las formas, el humor, la estética en lo cotidiano. Al revés que sus esculturas, rígidas y prolijamente cerradas, Blaszko es una figura abierta y flexible que constantemente actualiza el pensamiento, que pide críticas y opiniones de sus obras y que tiene una relación fresca y activa con su entorno. Y así es, también, la forma de la película: un mirar que no encierra ni fuerza emociones ni pensamientos, y que en cambio confía en lo arbitrario y en el valor por sí mismo de cada instante en el tiempo. Martín Blaszko III es, en suma, un punto de vista abierto y relacional que consigue la reflexión acerca de lo que es ser un artista; del trabajo intenso y de la relación con las obras, del rol de los museos y los curadores y los ayudantes. Pero por sobre todo, la película es una entrada alegre y profundamente lúcida al arte, que no sólo está en una escultura o un cuadro sino también en la mirada y en un cierto modo de acomodar y recorrer espacios. A través del artista, Masllorens consigue un film repleto de curiosidad y vigor que se distingue por una relación con aquello que filma a la vez afianzada y flexible. Un poco como Blaszko, que pide entre sonrisas que le señalen la peor de sus esculturas.
Filmar las ideas “Si cambio las cosas de lugar mi jefe me mata”, le dice una de las personas que trabajan en el MALBA a Martín Blaszko, el artista plástico nonagenario que moriría muy poco después de filmar el documental. Pero el viejito alemán con una simpática tozudez (o tozuda simpatía) lo va a terminar convenciendo de cambiar todo de acá para allá y de allá para acá. “Vos sos artista también, ¿no te parece que queda mejor así?”, le insiste con su acento germánico. El “jefe” (el curador) finalmente vendrá y los problemas aparecerán en esta pequeña gema documental que es MARTIN BLASZKO III, que se exhibe todos los sábados en el mismo MALBA donde, en buena parte, se filmó. A través de una serie de veinte planos largos, la película de Ignacio Masllorens cuenta lo que parece ser un par de días en la vida de Blaszko mientras prepara una muestra de sus obras en la terraza del MALBA. El filme lo mostrará terminando algunas obras, coordinando a las personas que vienen a llevarse sus, en algunos casos, enormes esculturas de su taller al Museo y, en la parte que más metraje ocupará del filme, analizando, discutiendo y debatiendo la colocación de varias de ellas en esa terraza. Lo que logra el filme (el III viene a cuento de que se trata del tercer filme de una trilogía que Masllorens hizo sobre el artista y el único largo del trío) es mostrar, en esos pocos pincelazos, al artista pensando y analizando su obra a partir de detalles precisos como el hecho de dónde y cómo hay que colocarla en una exposición, confrontando con el chico que lo ayuda en la tarea quien, luego de resistirse a modificar el lugar en el que el curador puso sus esculturas, es convencido sagazmente por Blaszko -en ese tono de abuelito inocente que usa muy bien- de que quedan mejor como él dice. Luego llegará el demorado curador y allí empezará otro trabajo de discusión que pinta no sólo la personalidad del artista sino su propia concepción de la obra enfrentada a la del especialista. Masllorens no da detalles ni explica al artista ni a su obra. No hay datos biográficos ni entrevistas a especialistas ni análisis de ningún tipo. Tampoco la cámara recorre en detalle las obras, que se ven como parte de las situaciones que Blaszko atraviesa. Pero no hace falta más que lo que se ve. Ubicada siempre en el lugar adecuado, la cámara captura no sólo la obra sino la relación del autor y de la crítica en relación a ella, permitiendo que la obra cobre también una fascinante dimensión humana. Lo absurdo que se va volviendo el asunto (es casi una situación de Jacques Tati, con un viejito terco haciendo mover esculturas y otros queriendo volverlas a su posición original) permite que el espectador, sin subrayado alguno por parte de Masllorens, pueda tomar posición respecto a la obra y a las distintas miradas que genera. Claro que la simpática personalidad del artista lleva a que uno, como espectador, se ponga siempre de su lado, especialmente cuando los jóvenes que mueven las obras empiezan a hartarse de este viejito testarudo que duda acerca de todo. Y ni hablar cuando el seco y analítico curador lo contradiga. Por más que lleguen a un acuerdo y todo termine en paz -de hecho, la película se da en el MALBA por lo que uno supone que nadie se sentirá allá ofendido de cómo Blaszko los hace quedar por momentos-, hay momentos de extraordinaria tensión que el documental captura a la perfección. Se suele decir que las ideas no se filman, pero Masllorens prueba aquí que esa afirmación es equivocada. Sólo hace falta mirar los ojos inquietos de Blaszko para darse cuenta que el pensamiento puede ser capturado por una cámara si se sabe mirar. MARTIN BLASZKO III se exhibe los sábados a las 18 en el MALBA durante todo el mes de mayo.
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Una poética del espacio Ignacio Masllorens desobedece las reglas del documental clásico y propone una aproximación original al escultor Martín Blaszko. Para empezar, habría que decir quién es Martín Blaszko III. Ignacio Masllorens no explica: tan sólo muestra al portador de ese nombre y la actividad que lo define. No cae en la tentación didáctica de presentar al personaje, contextualizar su obra y apelar a la poética clásica del documental (material de archivo, entrevistas con conocidos y expertos, voces en off) para delinear la identidad y el valor de una obra artística. Masllorens desobedece, apela a la voluntad de saber de sus espectadores y propone otro juego. Masllorens espía a Blaszko dos días (domingo y lunes), durante la preparación de la que sería la última muestra del famoso escultor, uno de los fundadores del Movimiento Madí y un representante de la geometría abstracta. Masllorens se limita a filmar al artista y sus actividades: una consulta telefónica, una jornada de trabajo en el taller, el traslado de sus obras al museo y los preparativos de la exhibición. ¿Se trata entonces de una lección introductoria a las artes plásticas? No, pero se aprende muchísimo. Blaszko era un fuerza viviente generosa e inquieta y su gusto por la interacción era evidente. Vestido como un inspector, Blaszko, sabio y pícaro, conversando con sus ayudantes y gente del ambiente cuestiona oblicuamente ciertos lugares comunes e institucionalizados del arte. Verlo trabajar, dialogar con sus ayudantes y discutir amablemente con un curador son escenas que revelan una práctica y una concepción del arte. La lucidez de Blaszko tiene estilo; se ríe de la solemnidad de la alta cultura y cuestiona temas que importan: la construcción y función del consenso en el arte, los sujetos de saber y poder en las instituciones que administran la visibilidad de la obra de arte y la presunta originalidad de cada artista. El gran tema secreto del filme es el espacio como entidad. Para un escultor, es un elemento determinante. Sea de hierro, piedra o mármol, una estatua ocupará espacio y en relación con éste adquirirá su singularidad. La obra no se define solamente en el lugar consagrado para mostrarla. Esto sugiere, indirectamente, que el espacio en el cine es una entidad visual y sonora, una lección que Masllorens debe haber aprendido a lo largo del rodaje, con un resultado final satisfactorio. Y llega el final, tan abrupto como inesperado, después de 70 minutos lineales muy placenteros. Tras tantas discusiones y trabajo previo sería lógico encontrarnos con la muestra en sí. Pero apenas se verán algunas fotos de la inauguración cuando los créditos empiecen a correr. Ese gesto transgresor y contra-intuitivo es en el fondo lógico: no estábamos viendo la obra de Blaszko, sino al propio Blaszko como una discreta pieza artística viviente.