ESQUIVANDO EL PRECIPICIO
Las chances de que Más allá de la montaña fuera un desastre eran altas. El argumento, centrado en un hombre y una mujer que, luego de un terrible accidente aéreo, quedan aislados en medio de una montaña y forman una inesperada conexión romántica mientras luchan por sobrevivir, podría haber salido de cualquier novela barata de Nicholas Sparks o de alguno de esos telefilms que cada tanto nos entregan las cadenas Hallmark o Lifetime. Y sin embargo, en la película del israelí Hany Abu-Assad (El ídolo, Omar, El paraíso ahora) hay unos cuantos elementos para rescatar.
Empezando por los protagonistas, sobre los que la película sostiene buena parte de su atractivo. Tanto Kate Winslet como Idris Elba van construyendo progresivamente la química entre ambos, sin prisa pero sin pausa, aprovechando y potenciando los matices (y hasta defectos) de sus personajes: si Alex no para de hacer preguntas, casi sin filtros, mientras no cesa de hablar de su futuro casamiento, Ben es casi el colmo de la introspección y sus dificultades para comunicarse muy patentes. Ambos deberán realizar un proceso de aprendizaje, dejar de lado ciertos egoísmos, construirse –e incluso reconstruirse- desde el contacto con el otro. En ese viaje interior que va de la mano de la lucha por llegar a la civilización y salvar sus vidas, lo de ambos actores es digno de reconocimiento, porque nunca necesitan exagerar el gesto para transmitir los dilemas de los personajes. Hay un trabajo desde los cuerpos y las miradas que dice mucho más que las palabras.
Abu-Assad entiende muy bien que en el relato de Más allá de la montaña lo decisivo son los cuerpos, las miradas, los pequeños gestos y ese paisaje abismal que rodea a los protagonistas. Por eso hay en la película una labor en la puesta en escena que arranca con un estupendo plano secuencia durante el accidente que consigue transmitir a la perfección la angustia de ese momento y que luego va a dos puntas: por un lado, explotando el poder de los planos generales, que explicitan los desafíos planteados por una naturaleza hostil, y por otro, recurriendo a puntuales primeros planos sobre los rostros de Elba y Winslet, que con sus miradas lo dicen todo. Además, si el film sustenta su entramado en buena medida sobre lo espacial, también lo temporal juega su rol: hay momento de contemplación, de indecisión, de acción incluso, que le dan entidad al conflicto y hasta permiten que un perro tenga un papel decisivo, como si fuera un personaje más, con sus propias motivaciones.
Claro que Más allá de la montaña también necesita hablar y es en sus diálogos donde en unas cuantas ocasiones termina patinando, casi desbarrancando: hay parlamentos que redundan en los conflictos y remarcaciones que en vez de sumar, restan. Eso se nota particularmente en los minutos finales, donde hay también algunos giros innecesarios, en pos de forzar los desencuentros y agregarle dramatismo a la historia. Eso no quita los riesgos del film de Abu-Assad, que consigue alejarse a tiempo de potenciales golpes bajos y no cae en instancias lacrimógenas baratas. No se trata de frialdad -aunque haya en la película pasajes donde no se establece la cercanía necesaria- sino de conciencia de que hay angustias que pasan por dentro de los sujetos. Sin deslumbrar y con desniveles, pero con ambiciones tan precisas como sensibles, Más allá de la montaña es un objeto raro, poco habitual dentro del Hollywood actual. Tanto como Elba y Winslet, dos intérpretes brillantes, que forman una pareja tan inesperada como bienvenida.