Este filme, con el nombre original en inglés de “Hereafter” (otra vida) demuestra que ni siquiera para Clint Eastwood es fácil incursionar en lo fantástico.
Ni tampoco es fácil con ese género complacer a los seguidores del director que, al endiosarlo, van a ver sus películas convencidos de antemano de la uniforme calidad de las mismas.
Esta no es una mala obra cinematográfica. Aunque tiene muchas dispersiones es llevadera para el espectador.
Y la temática que aborda es uno de los principales interrogantes del ser humano: ¿qué hay después de la muerte? Una cuestión que ha sido abordada por infinidad de guionistas, escritores y autores teatrales.
La película comienza con un toque al estilo de Spielberg con impresionantes escenas de un tsunami, fenómeno que hace pocos años mató a miles de personas en Asia.
Con esas gigantescas olas llega la muerte a la playa y metafóricamente une (desde el guión) casi todas las circunstancias con las que llega a los seres vivos. A algunas personas les llega sorpresivamente. A otras, las que tienen estertores, con un ronco zumbido. Muchas veces se la puede pronosticar pero siempre se espera que ese pronóstico sea fallido. Su llegada provoca un golpe casi imposible de evitar. Es una catástrofe “natural” ligada a la vida. ¿O sólo es un puente entre la vida y “otra” vida? Este es el planteamiento de la historia que comienza cuando una periodista, Marie, es alcanzada por las rugientes olas de un tsunami y por efectos de los golpes que recibe entra en coma (¿una muerte no definitiva?) y cuando despierta su concepto del significado de vivir o morir está lleno de nuevas preguntas.
Paralelamente un niño llamado Marcus necesita elaborar el duelo por la muerte de su hermano gemelo en un accidente provocado indirectamente por delincuentes.
Marie y Marcus recurren a George, un hombre no demasiado joven que posee la facultad de que con sólo tocar las manos de las personas puede visualizar episodios de la vida de las mismas que estuvieron ligados a la muerte. Una variedad muy particular, muy cinematográfica, de “mediumneidad”.
Todos buscan respuestas, incluso el mismo medium, que se niega sistemáticamente a comercializar su “don”, quizá porque él mismo no encuentra respuestas para su vida y quiere regresar de la muerte espiritual que siente que lo alcanzó.
En estas tramas, con el mismo tema subyacente que conponen una coral, se desarrollan superficialmente y con alguna distorsión subtemas tales como la desorientación ante el fin de una etapa laboral, la delincuencia que no vacila en asesinar de diferente modos, y con breves diálogos se implanta temáticamente la mentalidad de los médiums, el regreso de la muerte y la conexión entre hermanos gemelos, sin llegar a desarrollarlos.
Las historias conforman un filme muy frío (no es metáfora sobre la frialdad postmortem), que no movilizan al espectador a buscar las mismas respuestas que buscan los personajes.
Las actuaciones son muy convencionales. Seguramente eso sucedió porque los actores compusieron desde su memoria emotiva sobre un tema que generalmente se quiere olvidar.
Es una realización bien filmada que entretiene en algunos tramos de su extenso metraje y en otros pasajes el espectador puede encontrar una cierta identificación existencial, si cree en esa línea de pensamiento. De todas maneras no llega al trhiller psicológico.
Clint Eastwood buscó innovar en su carrera y lo logró. El riesgo es que sus seguidores cinéfilos no comiencen a desconfiar sobre lo que encontrarán en las futuras producciones de este director.