Hay que ver Más allá de la vida
Más allá de la vida (Hereafter) pone en escena el más allá. Epa. Eastwood se anima a todos los temas. Claro, dirán, a los ochenta está preocupado por la cercanía de la muerte. Yo diría que más bien le preocupa qué hacer con lo que le queda de vida. Y de hecho, la película está mucho más centrada en qué hacen los personajes con sus vidas que con el más allá (representado con una simplicidad extrema). Eastwood piensa en esta vida, en este mundo. En esta ocasión, los protagonistas se relacionan por sus distintas experiencias con la muerte: y la película los sigue, y se fija en cómo viven con esa cercanía, cuáles son sus cambios, sus anhelos, sus deseos. Enmarcado en un comienzo devastador y espectacular pero de una sobriedad muy Eastwood, y un final intenso emocionalmente, la parte central del relato es reposada, reflexiva, con la fluidez que otorga el manejo experto del clasicismo narrativo del maestro Eastwood. Así, el director hace una película de personajes en sufrimiento y de ideas en conflicto. Aunque Eastwood sigue haciendo un cine que tiene como uno de sus temas recurrentes el peso de las decisiones que se toman –un poco como John Huston en muchas de sus películas–, reflexiona sobre lo que podría considerarse un cambio brusco en su filmografía. Quizás por eso, para comentar él mismo este cambio, incluye en la película a personajes como el editor de Marie (la periodista francesa), que se hecha atrás y hasta la desprecia soterradamente en cuanto ella cambia el tema de su libro (pasa de una biografía sobre Mitterrand a una investigación, a partir de la experiencia de haber estado muerta unos segundos, sobre el más allá), o como la médica (la científica que habla de evidencias). Lejos de hacer una película religiosa, Eastwood plantea reflexiones de otro orden, que pasan sin quiebres de la búsqueda más cotidiana de una pareja a grandes reflexiones sobre la existencia (nunca explicitadas sino integradas a la narración, que esto no es un cine de tesis). La película ha sido polémica para la crítica internacional (hasta hubo varios textos desdeñosos) y lo será seguramente en la nacional (en El Amante, por ejemplo, ha motivado extensas discusiones). Por mi parte, creo que es una demostración cabal del gran talento de Eastwood, un cineasta de una capacidad narrativa y una valentía singulares, alguien que en los últimos años se preocupa por su legado como artista: en Gran Torino (una película política a fin de cuentas y la última en la que ha aparecido como actor) planteaba un final sacrificial, que desde lo individual comentaba algunos males sociales; Invictus fue política en un sentido más directo, y dividió aguas mucho más (para mí estuvo entre lo mejor de 2010). Ahora, con Más allá de la vida, Eastwood hace un nada corriente cine de meditación, y hasta remueve la carga de banalidad que suele tener adosada ese habitualmente maltratado sustantivo.