El 15 de abril de 2013, dos bombas estallaron cerca de la línea de llegada de la tradicional Maratón de Boston. Murieron tres personas y unas 260 resultaron heridas: uno de ellos fue Jeff Bauman, que perdió ambas piernas y ganó notoriedad por una foto en la que se lo ve recibiendo ayuda de un hombre con sombrero de cowboy. Una historia con todos los ingredientes para ser carne de Hollywood.
Esta es la segunda película sobre el tema: el año pasado se estrenó Día del atentado, de Peter Berg, protagonizada por Mark Wahlberg. Pero si aquella tenía pulso de thriller y reflejaba el drama colectivo, esta pone el acento en la tragedia individual de Bauman -está basada en su autobiografía-, cuya vida cambió para siempre en un instante. David Gordon Green (Pineapple Express, Experta en crisis) no nos ahorra nada de sufrimiento. Los planos de los flamantes muñones son recurrentes y ninguna de las adaptaciones cotidianas que le impone su nueva condición física es pasada por alto, bordeando el límite del regodeo morboso.
De todos modos, la potencia dramática y el interés que puede tener Más fuerte que el destino está en la otra transformación radical que sufrió la vida de Bauman: a su pesar, este hombre se convirtió en un símbolo de Boston. Con eficacia, la película describe la voracidad de una sociedad ávida de ídolos, enferma de patrioterismo y capaz de convertir absolutamente cualquier cosa en mercancía. Así como a los dos días del atentado ya se había creado un eslogan (Boston Strong) estampado en souvenires de todo tipo, Bauman era tratado casi como un trofeo, un objeto decorativo para adornar selfies o partidos de hockey sobre hielo.
Mientras su familia intenta sacar réditos menores de su fama repentina y casi nadie repara en sus angustias postraumáticas, Bauman (otro buen trabajo de Jake Gyllenhaal), forzado a ocupar el no deseado lugar de celebridad, se hace la gran pregunta de la película: “¿Sólo por haber estado parado cerca de donde explotó una bomba soy un héroe?”