Jeff Bauman perdió sus dos piernas en el atentado de la maratón de Boston, en 2013. Estaba esperando a su ex novia (quien corría) cerca de la meta, donde fueron ambas explosiones. Esta película, basada en el libro que el propio Bauman escribió luego del hecho, cuenta la historia de Jeff sin quedarse en el golpe bajo, el llanto o el dolor: David Gordon Green (director de la hermosa Prince Avalanche) se concentra más en lo satelital del atentado y no en el atentado mismo, y, sobre todo, se concentra en las personas.
Más fuerte que el destino (Stronger) abre con un plano de alguien visto a través de la mirilla de una puerta que luego se abre dejando salir al propio Bauman (gran Jake Gyllenhaal). Es decir que desde el primer segundo Gordon Green nos señala que esta película les pertenece a sus personajes pero, también, a sus actores. Porque Más fuerte que el destino es una película de actores. La cámara se mueve siempre pensando en ellos porque, claro, su principal material narrativo está en ellos. Casi todo lo que sucede en este relato nos lo enteramos porque pasa en el rostro, en el cuerpo, en la respiración de alguno de sus intérpretes. De hecho, de la propia presencia de Jeff en el lugar del atentado nos enteramos a través del rostro de su ex-novia Erin (gran Tatiana Maslany).
En la película hay muchas escenas con Jeff presente en un lugar donde no se lo ve pero donde sí vemos a las personas que están a su alrededor. El director nos muestra a quien ve algo, antes de mostrarnos lo que esa persona ve. Así sucede que nos muestran, por ejemplo, a la novia del protagonista en el hospital, con la cara contra un vidrio, llorando, tapándose el rosto, o a la madre de Bauman haciendo algo similar, pero recién varias escenas más tarde nos muestra a Jeff en la cama, sin piernas. Casi toda la película de Gordon Green trabaja así, yendo de lo particular a lo general: de la persona a la situación, del quién al qué, del alguien a lo que lo rodea. Sin embargo, y como dije unas líneas más arriba, en la primera escena de Más fuerte que el destino vemos a una persona a través de la mirilla de una puerta. Alguien lo está mirando, claro. Entonces, en esos primeros segundos de película, sucede justamente lo inverso a lo que sucede en las casi dos horas restantes: en esa apertura vemos primero lo que ve Jeff y luego al propio Jeff. Y es que, justamente, ese es el viaje que nos propone este relato: ir desde el protagonista a quienes lo rodean, a quienes lo miran vivir. Y ese comienzo, esos pocos segundos que dura aquella escena de la mirilla, sirven para que la película ponga en evidencia el mecanismo de su relato.
Después, Bauman pasa a ser un personaje a observar. No interesa tanto cómo se siente ese protagonista sino cómo hace sentir (eso se ve perfectamente en los planos que elige Gordon Green para componer la escena de sexo). Y esa es una importante decisión por parte del director, quien elige dónde cortar, cómo encuadrar, cómo manejar el fuera de campo para poner el énfasis en cómo Jeff repercute en los demás. La escena de la falsa masturbación es, quizá, el ejemplo más claro de todo esto: Gordon Green nos muestra que, al intentar levantarse de la cama la primera vez que despierta después del accidente, Jeff se cae al piso. Pero ahí el realizador corta y pasa directamente a un plano de la madre, quien (desde afuera del cuarto) solo escucha los sonidos que hace su hijo. Green nunca nos muestra cómo el protagonista resuelve la situación, cómo se levanta o qué pasa con él. Eso no importa, solo importa qué ocurre con quienes hacen de satélites a su situación, con quienes miran desde afuera. Lo que pasa en la película es lo que les pasa a ellos, los personajes circundantes al sobreviviente del atentado de la maratón de Boston. Y a través de ellos el director nos lleva a lo que le sucede también al protagonista.
Esa elección del modo de contar es vital para eludir el golpe bajo, el regodeo en el dolor que sufre Jeff por su nueva discapacidad. Y aunque la película tiene otras fallas, eso lo vemos muy poco. De hecho, la única escena donde Gordon Green se instala en el sufrimiento solitario de Bauman viene precedida por una pelea con Erin en la que se nos intenta poner del lado de ella, lo cual logra que nos importe menos ver al pobre tipo arrastrándose (literalmente) por la calle para llegar a una puerta.
Más fuerte que el destino tiene dos claves, una es la elección de los actores: tanto Gyllenhaal como Maslany, pero también todo el grupo de personajes secundarios que los acompañan están impecables en sus papeles. El jefe de Bauman es un pequeño gran personaje interpretado por Danny McCarthy, y ni hablar de Miranda Richardson en el rol de la madre de Jeff. Esa mujer, que tiene un timing perfecto, logra que dicha madre alcohólica, invasiva e inmanejable tenga las proporciones de ternura y estupidez tan exactas como para que su personaje sea indispensable en la película y en la historia. La segunda clave de Más fuerte que el destino es el manejo del fuera de campo, que implica la forma de narrar mencionada. Así, la atención se centra mucho menos en el sobreviviente Jeff Bauman que en quienes lo miran sobrevivir. Y ahí brilla el talento de David Gordon Green, quien, aunque no logra una película sobresaliente, sí consigue demostrar que las historias tienen muchas veces el corazón por fuera del cuerpo.