Debo confesar no sin cierto pudor que no había visto Ritmo perfecto (o Notas perfectas, como se la conoce en Netflix; Pitch Perfect, bah) hasta estos días que ví Más notas perfectas, la segunda parte, que se estrenó hoy. Sabía de su existencia, por supuesto, y era de esas películas que no había visto todavía pero que sabía que me iban a gustar porque a esta altura si algo conozco de mí, son mis gustos. Como suele pasar en estos casos, la expectativa me jugó en contra.
Podría decirse que después de Glee, Ritmo perfecto es una película redundante. Pero el problema no es tanto ese sino los números musicales. A los números musicales de Ritmo perfecto les falta potencia y alegría. Culpo a Jason Moore, su director, que usa demasiados cortes y primeros planos que rompen el baile, y también inserts supuestamente graciosos que rompen la canción. Ritmo perfecto es un musical que parece no animarse a serlo del todo.
Es comprensible, sin embargo, el estatus de culto que alcanzó Ritmo perfecto. Una película que llegó sin mucho ruido, atípica, con personajes originales (la Fat Amy de Rebel Wilson es sin dudas uno de los personajes de la década) y referencias pop. ¿Y qué podemos esperar de una secuela?
Más notas perfectas ya no viene en silencio y carga con la mochila del cariño que se le tiene a su predecesora. Ya está disponible para bajar y por eso en las redes sociales ya se percibe una opinión general: no es tan buena como la primera. Es lógico: la película es muy parecida y carece del factor sorpresa que tuvo la original.
Lo cierto es que, habiendo visto las dos seguidas, me parece evidente que Más notas perfectas es una versión mejorada de la otra. La directora es Elizabeth Banks, que interpreta a Gail -la presentadora- en ambas películas y también produjo la primera (muchos la conocerán además como Effie Trinket en Los juegos del hambre). Los números musicales, que son el corazón y el motor de la película, son notoriamente mejores y más ambiciosos y esto, creo, se lo debemos a ella.
La única novedad de la película, además del cambio de dirección, es la introducción del personaje de Hailee Steinfeld y su madre, Katey Sagal. Steinfeld es una chica que después de su explosión rutilante en la extraordinaria Temple de acero no terminó de encontrar su destino en Hollywood. Tiene una belleza tan poco común que opaca un poco su talento, participó de la trunca franquicia young adult El juego de Ender, que fracasó -no por su culpa, claro-, y acá intenta con la comedia pero no termina de estar a gusto y dar el tono. Hay que decirlo: los gags de Más notas perfectas -y de su predecesora también- son bastante flojos.
Me gustan mucho los musicales y si bien no seguí con atención Glee, cada vez que veía algún capítulo suelto me gustaba. Pero Más notas perfectas parece descansar en la idea, en el pitch perfecto (para jugar con la doble acepción de “pitch” como “nota musical” y “venta de proyecto”), y no la rellena con buenos chistes, buena música ni buenos personajes.