Si se dedicaran sólo a cantar...
La trama es una excusa para ver el despliegue vocal y escénico de los distintos grupos, único aspecto valioso.
Los grupos de canto a capella –lo que aquí conocemos de toda la vida como coros, pero con estética pop y coreografía incluida- ganaron popularidad en Estados Unidos en la década pasada a partir de un reality show y un par de musicales off Broadway. En 2012, Ritmo perfecto vino a cubrir ese nicho en cine: el éxito de taquilla hizo que ahora estemos escribiendo sobre la secuela -acá se llama Más notas perfectas- y que ya esté en preparación la tercera parte, con fecha de estreno anunciada para 2017.
A este tipo de películas habría que analizarlas más en términos mercadotécnicos que cinematográficos. En ese sentido, hay que reconocer que es un producto eficaz, al estilo de High School Musical, que apunta sin ambages a un sector específico –nenas y adolescentes- al que seguramente consiga satisfacer. La trama es una excusa para mostrar el despliegue vocal y escénico de los distintos grupos, el único aspecto artístico valioso de la película.
Después de que en Ritmo perfecto mostraran su talento en el campus, ahora las Bellas tratan de ganar el Mundial de canto a capella. Para eso deben vencer a un grupo alemán, Das Sound Machine, realmente asombroso. Más allá de que la disciplina es de por sí kitsch –por momentos parecen ridículas bandas de McPhantoms compitiendo por ver quién hace el ruido más extraño- , lo que Das Sound Machine y las mismas Bellas hacen con sus cuerdas vocales –y a nivel escénico- es notable.
El resto es una estudiantina bastante pobre –con fraternidades, fiestas en el campus y demás-, plagada de inocentes chistes escatológicos y de doble sentido, pero aun así políticamente correcta: las Bellas son tan multiétnicas que parecen un afiche de Benetton y, entre broma y broma, hablan abiertamente de homosexualidad y discriminación. Mejor sería si se limitaran a cantar.