No puede resultar extraña esta secuela de “Notas perfectas” (2012) porque en su momento ha recaudado millones en todo el mundo, y ya sabemos cómo piensa Hollywood cuando la billetera se llena de ceros. También es cierto que en este siglo el género musical quedó agonizando, excepto por un extracto de productos apuntados al público preadolescente y ofrecido en forma de combo mediático y de merchandising.
Ejemplos como la serie Glee o Hanna Montana sirven como botón de muestra para explicar un fenómeno que tiene una vida útil. Tres, cuatro, cinco años y luego viene el siguiente porque, al revés de los productos de antaño, ninguno de estos será jamás un clásico que pase de generación en generación de espectadores; sino un mismo esqueleto argumental que va cambiando de disfraz, de ritmo musical, de radio, y de productora.
En este contexto, la historia de un grupo femenino de voces a capella que se impone a otro de voces masculinas en una insólita contienda, transmitida como si fuese una final del Super Bowl, puede resultar hasta lógica.
En “Más notas perfectas” (como se ve no hay eufemismos) vuelven las Barden Bellas al mando de Beca (Anna Kendrick) y con la siempre simpática y discriminada Fat Amy (Rebel Wilson). El motivo que dispara la historia es tan ridículo que solamente no tomándoselo en serio es la única forma de permanecer en la butaca. Tal cual pasaba en 2012, los dos conductores de la transmisión es de lo más divertido pues siguen teniendo un registro parecido al de los viejos de los Muppets. Total que la banda terminará compitiendo en un certamen internacional en Copenhague (¡¿?!), para tratar de recobrar su supuesto prestigio.
Como corresponde a productos de consumo masivo en “Más notas perfecta” la producción es notable y está pensada claramente para explotar todas las vetas comerciales.
Nada para agregar salvo, por supuesto, que la producción musical desde lo técnico y lo artístico es tan talentoso como televisivo.