"Más respeto que soy tu madre": costumbrismo kitsch
El clan Bertotti no es tanto una sumatoria de arquetipos basados en los lugares comunes más rancios del género, sino una galería de "freaks" dignos de un psiquiátrico.
Más respeto que soy tu madre arrancó como un juego de Hernán Casciari. El periodista y escritor, bajo la identidad de una ama de casa de 52 años de la localidad bonaerense de Mercedes llamada Mirta Bertotti, empezó a narrar en un blog relatos auto conclusivos acerca de sus dramas, sus problemas económicos y la relación con los tres hijos, el marido caído del sistema durante los ’90 y un suegro fumón de ascendencia italiana.
El “experimento de ficción”, como lo definió el creador de la revista Orsai, se prolongó durante diez meses entre 2003 y 2004, luego se publicó en formato libro y finalmente fue una exitosísima obra teatral —cortó más de un millón de entradas durante cinco temporadas— con Antonio Gasalla a cargo de la adaptación y de interpretar a Mirta. Un papel que ahora, en su versión cinematográfica, recae en Florencia Peña, cuyo rostro y el de un Diego Peretti recargado de maquillaje ilustran uno de los posters más precarios de una producción con aspiraciones comerciales que se recuerden en mucho tiempo.
Ese poster era la primera alerta de que todo podía salir mal. La segunda tenía que ver con la elección como director de Marcos Carnevale, que ha demostrado entender el costumbrismo de la misma manera que lo hicieron las ficciones televisivas en los ’90 y los primeros dos mil, incluyendo actuaciones ostentosas y toneladas de música para puntear las emociones que debería sentir el espectador. La tercera se vincula con el mencionado Peretti, un actor que necesita un buen director que lo marque y que aquí debía dejar de lado la gestualidad mínima, toda una huella de su impronta cómica deadpan, para abrazar la exageración y un trazo grueso cuyo artificio se percibe desde el mencionado póster.
La cereza del postre era la inevitable comparación con Esperando la carroza, en tanto ambas películas se proponen indagar en algo que podría llamarse la “argentinidad medio pelo”.
Sin embargo, contra viento y marea, y no son tropezones, Más respeto que soy tu madre se las arregla para salir adelante. ¿Cómo lo hace? Pasando de rosca el costumbrismo hasta más allá de lo imaginable, creyendo en el potencial cómico de la viejas y queridas puteadas, embadurnando de grasa un relato que asume el legado del clásico de Alejandro Doria mediante una exacerbación de lo decante. Una decadencia que coquetea con el patetismo sin que esto implique observar a sus criaturas desde un pedestal intelectual de quien se cree mejor, más pillo e inteligente. Y eso que nada es normal en el clan Bertotti, una familia que no es tanto una sumatoria de arquetipos basados en los lugares comunes más rancios del subgénero, sino una galería de freaks dignos de un psiquiátrico.
Todos putean y dicen lo que piensan sin pensar lo que dicen. Empezando por el suegro de Mirta (Peretti), quien regentea la pizzería fundada poco después de que sus ancestros italianos se instalaran en Mercedes. Aunque lo de regentear es relativo, porque hace años que del horno no sale una pizza y como clientes están los parroquianos de siempre chupando todo el día, mientras él fuma un porro tras otro y, entre otras cosas, le invita una cerveza como desayuno a su nieto Caio (Agustín Battioni).
El muchachito también tiene lo suyo: una capacidad intelectual y una torpeza dignas de un sub-8, por ejemplo, además de un corazón tan grande como para enamorarse de una mujer varias décadas mayor después de la primera cita. Por ahí anda papá Zacarías (Guillermo Arengo), que usa la remera de la fábrica en la que trabajó —y lo echaron— y hoy se gana el pan como delivery de una pizzería. Hasta los chicos del barrio lo toman para la chacota robándole la moto.
Quedan los otros hijos: la menor, Sofía (Ángela Torres), está más caliente que una pava hirviendo y el mayor, Nacho (Bruno Giganti), es el único que aspira a salir de la medianía.
Versión recargada de los Musicardi de Esperando la carroza, los Bertotti cruzan disfuncionalidad con lo hiperbólico, inestabilidad con desubicación. De allí, entonces que salgan a celebrar el aniversario de la muerte de su perro sacando a pasear en skate su cuerpo embalsado o que discutan a los gritos en una plaza acerca de quién, cuándo y dónde desvirgaron a Mirta, la misma que es testigo de un affaire en una carnicería que incluye al carnicero en bolas y delantal y las metáforas más gruesas sobre cortes de carne y el miembro viril. Porque más Más respeto que soy tu madre no es costumbrismo, es su elevación a la enésima potencia. Un costumbrismo kitsch.