La historia comienza con la llegada de Génova, allá por principios del siglo XX, de Américo Bertotti (Diego Peretti), quien deposita sus esperanzas en ayudar a construir un nuevo país. En pos de sus sueños de progreso, se instala en Mercedes, provincia de Buenos Aires donde funda una tradicional pizzería.
En su alma anida una esperanza: que el emprendimiento eluda los avatares de la historia y que llegue, portando la tradición italiana, al año 2000. Quimera difícil, sobre todo por las transformaciones sociales y económicas que ha padecido nuestro país a lo largo de tantos años.
Las peripecias continúan los tres últimos días de diciembre de 1999 y están centradas en la descendencia de los Bertotti, siendo Mirta González de Bertotti (Florencia Peña), el exponente máximo de la auténtica matriarca siempre atenta a resolver los problemas de la familia.
Su esposo Zacarías (Guillermo Arengo), ha sido despedido tras veinte años de trabajo en la misma empresa y tienen tres hijos, el estudioso José María (Bruno Giganti) y dos retoños un tanto díscolos, la adolescente Sofía (Ángela Torres) y el rebelde Caio (Agustin Battioni).
Con 51 años a cuesta, Mirta protege el nido hogareño con el escudo de su afecto inconmensurable, aunque la situación es tan crítica, que su hijo mayor desiste a una beca en el extranjero, para ayudar en las alicaídas finanzas del hogar. Para colmo de males el nono no está bien de salud y el negocio languidece con apenas un par de clientes.
Pero a pesar de todo, la chispa de esperanza se enciende, y estos seres disfuncionales, como tantos en cualquier rincón del planeta, ponen manos a la obra para llevar adelante el deseo de Américo. Mirta toma las riendas con sus pichones y suma la ayuda de algunos parroquianos, para revitalizar el local, lavarles la cara a las paredes y poner en funcionamiento el horno a leña.
Grotesco, excesos y humor negro
Obviamente no contaremos acá cómo avanza y concluye la historia, sólo diremos que esta bienvenida comedia costumbrista, que remite inmediatamente al clásico Esperando la carroza, es pródiga en excesos, subrayados y hasta un poco de humor negro matizado por la muy buena música de Gerardo Gardelín.
Bienvenidos los hallazgos de guion y dirección, en especial los soliloquios de la protagonista frente a cámaras y la unificación del tono de comedia de todo el elenco, en esta lograda radiografía de nuestra idiosincrasia.
Para destacar, la entrega absoluta de Peña, una especie de volcánica Sofía Loren en pantalla y el siempre eficaz Peretti, quien tras un logrado maquillaje diseñado por Karina Camporino, con la especialista en caracterizaciones María Celeste Caparelli, se transforma en un anciano entrañable.