Basada en la exitosa versión teatral de los textos de Hernán Casciari, esta película se acerca al espíritu de Esperando la carroza por varios motivos. El primero -y principal- es el paisaje social mostrado a través del humor grotesco y absurdo, un paisaje en el que reina la sensación de vivir en el filo de la navaja económico del que siempre se sale con algun artilugio absurdo. Pasan muchas cosas en el film, poblado de personajes que son la caricatura de otros personajes y al que se suma un grado (saludable) de surrealismo. De hecho, hay momentos en que más que grotesco, todo parece asemejarse al dibujo animado o al esperpento, aunque en todos los casos, siempre, subsiste la idea de que el amor (de familia) todo lo puede: en última instancia, sobre los lugares comunes (que los tiene, algunos poco interesantes) reina el personaje de Florencia Peña, esa madre que se vuelve sostén de todo y de todos. Peña, que es una comediante con dotes aunque no siempre logra utilizarlas como corresponde, aquí puede ser el personaje hilarante -y algo televisivo- que suele construir, pero también tiene momentos de ternura, de mirada en perspectiva, de ese “tono medio” tan difícil de lograr en el cine (y en cualquier lado). El trabajo de la actriz -como el de la protagonista de la ficción- es sotener todo. Lo logra.