ACORDEONES Y CINE ARGENTINO
Lo primero que escuchamos en la versión cinematográfica de Más respeto que soy tu madre son unos acordeones que nos hacen recordar a otros acordeones, los de Esperando la carroza. Como en el cine norteamericano alguien cada tanto quiere filmar la nueva versión de El ciudadano, en nuestro cine alguien quiere hacer la nueva Esperando la carroza. Si el texto original de Hernán Casciari publicado en el bog Orsai (demonios, ¿tenemos que explicar lo que es un blog o están de moda de nuevo?… ya me perdí en el tiempo) nos llevaba inmediatamente a aquella familia retratada en el ochentoso film de Alejandro Doria, lo cierto es que la voz escrita requiere de nuestra propia voz, que le da un tono e impronta amoldado a nuestras propias expectativas. De todos modos el chirrido del costumbrismo colisionando con el grotesco estaba presente, y de eso se dio cuenta Antonio Gasalla en la muy exitosa adaptación teatral, que durante varias temporadas convocó millones. La diferencia entre aquella puesta y esta película de Marcos Carnevale es la obvia: en el teatro argentino el grotesco tiene una tradición muy asentada, y sus tonos conviven mejor con la experiencia sobre el espacio amplio del escenario donde la exacerbación explota sin necesidad de contención. Y, claro, Gasalla entiende completamente el género y lo sabe traducir a través de lo kitsch. Por el contrario, Carnevale es un émulo, además de un realizador con pocas virtudes a la vista en su ya extensa filmografía. Lo que queda entonces en esta Más respeto que soy tu madre es una suerte de copia esforzada y muy fea, a la que se le notan todos los piolines e intentos, y que por eso mismo se vuelve absolutamente fallida, especialmente cuando busca un poco extorsivamente (y un poco tanamente) la contracara sentimental a algo que no lo tiene. En eso, Esperando la carroza nunca se traicionaba.
Aclaro también (aunque ya lo aclaré acá) que no me gusta Esperando la carroza, una experiencia agobiante, un campeonato de actuaciones chillonas a la que al menos le reconozco (sí sí sí, sus tres o cuatro frases para hacer remera) el valor de lo repentino: para los años amarronados de la post-dictadura su presencia en los cines fue como un estallido, una suerte de auxilio emocional para una sociedad que necesitaba esa explosión de la risa virulenta contra cierto imaginario del ser argentino. Y ahí radica una de las principales fallas de Más respeto que soy tu madre: su ubicuidad a destiempo. Los protagonistas, la familia Bertotti, son el clan disfuncional que ya sabemos, que aparecen como un coletazo del menemismo. Claramente no es una traición al texto original, que surgía como exorcismo de los 90’s y la debacle de la Alianza, pero a más de dos décadas de aquellos episodios es indudable que su ironía se licúa demasiado. Y si como dice alguien por ahí, “en Argentina tenés una crisis cada diez años”, no hubiera sido para nada desatinado ambientar la historia en el presente aunque hubiera requerido cierta valentía que ninguno de los involucrados parece tener.
Claro que estamos hilando demasiado fino, porque en verdad los problemas de Más respeto que soy tu madre no son de fondo, sino que están en la superficie misma, en el póster me animo a decir. Todo es un horror casi desde el vamos, desde sus primeras escenas gritonas, desde el maquillaje imposible con el que Diego Peretti hace de abuelo, también un guiño a la mamá Cora de Gasalla, o el cocoliche con el que lo hacen hablar (lo de Peretti merece un desvío: es sin dudas uno de los mejores comediantes del cine argentino, aunque es cierto que lo suyo es un registro más apagado, cercano al absurdo, y aquí se lo lleva a extremos que le quedan incómodos, sumado a un actuación corporal que nunca nos permite ver al abuelo que pretende interpretar), en su narración incongruente, en su humor negro ejecutado con absoluta pereza, en la falta de tiempo cómico de todo el elenco y en su giro final que busca tener el costado evocativo a lo Ratatouille. Más respeto que soy tu madre es solo cuantificable dentro del multiverso de Carnevale, y por eso mismo no puede ser calificada como lo peor: ese sitial lo ocupa la impar (por fea) Corazón loco.