La sangre brota
Quizá la última película del género slasher que tuvo algún interés fue Sangriento San Valentín. La delicia del slasher, acaso más que en ninguna otra categoría de películas que funcionan en serie, es la repetición. Pero esa característica ineludible no puede remitirse sin más a un gruñido familiar, no puede ser solo lo mismo pero con otros actores y con un dispensario de efectos especiales y de maquillaje más o menos renovados. Sangriento San Valentín, del año 2009, aludía en forma directa a aquella pequeña película con estatuto de clásico que apareció en los ochentas y creció de manera subterránea, superando incluso a Martes 13, su antecedente inmediato, en la consideración de los seguidores del género. La remake de marras tenía todo lo que hay que tener, es decir, tenía el despacho de cadáveres reglamentario, tenía chorros de sangre, tenía una dramaturgia simplona, tenía chicas en tetas, tenía la locura como una forma desesperanzada de estar en el mundo. Pero además tenía un aliento virginal que no resultaba del todo risible, incluso a su pesar. Carecía de guiños piolas, renegaba de los vericuetos barrocos que pudieran darle un espesor extra –la ola que trae retazos de lo antiguo y lo incorpora para ser leído, como capas geológicas, dentro de la historia del género–; no estaba interesada tampoco en exhibir una marca actual demasiado definida, que la inscribiera en un aquí y ahora reconocible: en suma, no era inteligente. Ni pretendía serlo.
Masacre en Texas: Herencia maldita parece querer cubrir su insolvencia en materia de slasher puro y duro acumulando varias de las taras mencionadas. La película pide a gritos ser relacionada con el mítico espectáculo sangriento montado por Tobe Hooper en los años convulsos de principios de la década del setenta, con la palabra herencia incluida en el título en castellano y todo, pero resulta un ejemplo desmejorado del género, algo así como una baratija pagada de sí misma, que empalidece frente al original por querer acercársele con argumentos espurios. Masacre en Texas: Herencia maldita no tiene mejor idea que inventar en el guión la filiación dudosa que reclama. Según se explica, la protagonista es la última descendiente de aquella familia de locos de la película de Hooper. Con ese manotazo como premisa, el director y su ejército de guionistas pergeñan una remake por lo menos absurda, que tiene muy poco que decir en el terreno del slasher. Hay que admitir que a lo mejor en verdad había poco para decir, pero lo que se advierte claramente es que este objeto rutinario amparado en una marca prestigiosa se desespera en vano por encontrar un toque contemporáneo que opere a modo de justificación. La película repasa con prolijidad el inventario que le da origen y produce de paso un amague de actualidad de poca monta, donde los policías corruptos son otra cara del horror que se cuece en las entrañas del hogar. Masacre en Texas: Herencia maldita despliega un arsenal de sustos de baja intensidad y falla en su intento por aportar un gramo de novedad al conjunto que nadie estaba necesitando: la película es un ejemplo perfecto de cine sin alma, en el que cada película parece funcionar como recordatorio de su automatismo y falta de frescura. Este es el verdadero cine de zombies.