Esa pavada de la sangre
A veces uno conoce ciertas personas que confirman aquel dicho viejo y berreta que reza: “es un lobo con piel de cordero”. En un sentido ético negativo hablamos de personas feroces que se esconden bajo su disfraz de buena gente, y luego se nos abalanzan con todos su dientes carroñeros porque nosotros poseemos alguna boludez que ellos desean, o tan sólo porque son malos. ¿Qué tiene que ver todo esto con Masacre en Texas? Nada, pero hay tan poco para decir sobre esta pobre película de John Luessenhop que me pareció interesante reflexionar sobre cualquier otra cosa.
En fin, más allá del chiste cínico y cool, digamos al menos que hay un lobo con piel de cordero en Masacre en Texas, Heather Miller (Alexandra Daddario), pero en otro sentido. Ella no sabe que es feroz todavía, porque no conoce su identidad, no sabe realmente nada sobre su pasado. Es cuando descubre lo que pasó, que se da cuenta de su destino. Brotará en ella instantáneamente una violencia mórbida y vengativa que está impresa en su alma desde que era un bebé.
Esa idea, simple y casi siempre efectiva, es la que merodea en la película de Luessenhop. Pero lamentablemente hay un problema: está contada como el orto. En principio, sucede que tiene dos premisas auto-limitantes que son las causantes principales de las continuas fallas: primero, es una secuela directa de la mítica película de Tobe Hooper, lo cual hace que los múltiples guionistas se preocupen hasta el absurdo por moldear la continuidad que se nota forzada casi siempre. Segundo, es en 3D, lo que significa, entre otras cosas, que tiene que ser pirotécnica, con sangre y motosierras volando. Bueno algo de eso hay, pero no es ni siquiera divertido. Es demasiado obvio que sólo querían cobrar más cara la entrada, ya que no hay una sola escena bien pensada como para justificar un poquito ponerse esos anteojos.
Luessenhop continúa con su film, y vemos de nuevo retratada la oscura América profunda que nos mostraba tan bien Hooper, pero aquí superficialmente, con comparaciones obvias como “los chicos lindos y divertidos que llegan de la ciudad en contraposición con los pueblerinos bobos y retrógrados del pequeño pueblo de Newt”. Nuestra niña Heather hereda una casa de una parienta que no conocía: es una mansión enorme, con un sótano muy escondido (adivinen quién está allí). Descubre muy rápidamente que es una Sawyer, más precisamente la primita de Leatherface (el asesino carnicero de humanos de la saga) y que toda su familia fue cruelmente masacrada, y también toma aires de venganza. “Porque la sangre tira”, parece decirnos Luessenhop, subrayando este subtexto cada vez que tiene oportunidad. Esta obviedad de las relaciones familiares entre asesinos de películas famosos y sus víctimas se ha utilizado en muchas de las sagas largas y de culto del cine de terror. Michael Myers siempre ha estado obsesionado, sin demasiadas razones, por matar al último descendiente de su familia, y del mismo modo Jason Voorhes y hasta Fredy Krueger se han peleado o aliado con algún pariente en sus películas.
Además de ser cinematográficamente paupérrima, Masacre en Texas todavía pregona esa idea boluda de anteponer la familia incluso ante la moral, como esas madres que realmente hacen lo que sea por sus hijos, aunque sus hijos sean asesinos culpables, corruptos acomodaticios o… Jorge Lanata.
¿Qué hacen los jóvenes que heredan casas? Se van con amigos y arman una fiesta sexy. ¿Qué nos enseñaron las películas de los ochenta? Que van a terminar todos muertos. Bueno, eso pasa en Masacre en Texas, de forma rutinaria y sin clímax. Ni su brusco gore o sus escenas atrevidas aptas para menores apasionan. Para resumirlo: no divierte, y eso está muy mal para algo pensado como mero entretenimiento.
Por último digamos que Alexandra Daddario posee una belleza grasa: morocha de ojos celestes, tetas de vedette y actuación tosca prototípica como le exige su papel. La película también es grasa pero fea.