Hablar de “El matadero”, de Esteban Echeverría, es hablar del primer cuento de la literatura argentina. Pero sus méritos no terminan ahí: publicado en 1871, significó una cruda y sanguinaria crítica al gobierno de Juan Manuel de Rosas, en un país dividido entre Unitarios y Federales.
En Matadero, el director Santiago Fillol no plasma una adaptación cinematográfica del texto sino algo más audaz, con resultados formidables. La película comienza con la proyección de Matadero, un film rodado en 1974, pero no estrenado ni siquiera en Argentina, donde se filmó. Una versión libre del relato (aquí los empleados cargan contra sus patrones), que carga con el mote de “maldito”. A continuación, un extenso flashback nos transporta a aquellas jornadas tan caóticas como impredecibles. La narradora es Vicenta (Malena Villa), que trabaja como asistenta de Jared Reed (Julio Perillán), un director estadounidense tan visionario como megalómano. Cuando su productor lo abandona por querer descuartizar vacas de verdad y otros excesos, y a pesar de que el dinero se acabó, decide filmar de manera independiente. Entonces Vicenta le propone mudar la producción a la estancia de su familia en Córdoba, y con un elenco nuevo. Así se convierte en su mano derecha, y eventualmente lo reemplaza cuando se ausenta, logrando así su sueño de hacer un film argentino a mil kilómetros del costumbrismo imperante. Pero esta nueva etapa como cine de guerrilla está lejos de escapar a los problemas. Al igual que en el cuento, se acrecienta la tensión entre grupos. En este caso, los actores profesionales -menos empáticos de lo que pensaban- y los no actores, compuestos por lugareños y peones. Y como si fuera poco, los actores formados son buscados por su militancia de izquierda.
Fillol, también coautor del guión, ejecuta una mamushka de metalenguaje. Es un ejercicio de cine dentro del cine, pero también plantea la relación entre el cine y la vida, la política -y la violencia política-, y los paralelismos entre los períodos históricos. Un concepto ambicioso, complejo y arriesgado, que el director logra ejecutar con pericia. En sintonía con el material, la película incluye escenas en un matadero, con ejecuciones y desollamiento de ganado.
A su vez cruda e intelectual (como “El matadero” mismo), Matadero triunfa mediante su acercamiento novedoso a la obra de Esteban Echeverría y confirma que algunos hechos parecen condenados a repetirse.