Se estrena en el Gaumont la opera prima de la cineasta brasileña que se adentra en el mundo de unas jóvenes cariocas de buen pasar económico que se ven enfrentadas a extraños sucesos que transcurren cerca de donde viven. La intrigante película, coproducida por Brasil y Argentina, participó de la sección Orizzonti del Festival de Venecia 2015.
Un filme bastante inusual para el cine brasileño –y para el latinoamericano también– esta coproducción entre ese país y la Argentina (representada por Bananeira Films allí y ReiCine aquí, los mismos socios de la inminente ZAMA, de Lucrecia Martel) podría pasar tranquilamente, si no fuera por algunos detalles específicos, como un filme de suspenso psicológico norteamericano independiente. La película de Rocha da Silveira transcurre en Barra de Tijuca, una zona acomodada en las afueras de Río de Janeiro, plagada de grandes shoppings y enormes condominios de departamentos, pero también con muchos descampados y zonas en construcción de proyectos que parecen abandonados y que rodean a las autopistas.
En una de esas zonas se comete un asesinato. Una chica vuelve de una fiesta a su departamento en uno de esos complejos atravesando uno esos descampados sola, por la noche, y una figura que no vemos la asesina. El filme luego se centrará en un grupo de compañeras de una escuela secundaria de la zona –con muchas similitudes a un high school de alguna ciudad norteamericana– y en cómo cada una reacciona ante la noticia, que las enfrenta a sus propios miedos, ligados a una etapa de descubrimiento de la sexualidad y de los primeros romances.
Con algo del cine de Sofía Coppola, pero en un tono más onírico todavía y no muy realista (muchas veces no sabemos qué cosas realmente suceden y cuáles están en la cabeza de las protagonistas), las chicas en realidad pretenden restarle importancia al asunto y siguen con sus propios problemas y peleas internas, a las que hay que sumarles las del hermano de uno de ellas cuya pareja parece también haber desaparecido, pero del mundo online.
De a poco empiezan a aparecer más y más cadáveres, pero la película no se mete ni en la investigación ni apuesta en exceso a transformarse en un relato clásico de terror que uno puede imaginar cuando ve el combo “adolescentes + sexo + religión” que propone el relato. Por el contrario, la religión está tratada con bastante sorna, el sexo con mucha naturalidad (ahí se nota que la película es brasileña y no estadounidense) y la directora prefiere acercarse a sus protagonistas como si fuera una más de ellas, compartiendo la manera extraña que tienen de no lidiar demasiado con lo que sucede. Los adultos, en este universo de condominios vacíos, colegios privados y autopistas casi desiertas, no figuran por ningún lado. Parece que el asesino en cuestión los hubiera liquidado a casi todos los mayores de 20 antes del comienzo del filme.
La película tiene algún que otro toque lynchiano y un tono un tanto desfasado que le dan una característica de pesadilla diurna que por momentos funciona muy bien y en otros no tanto. Un montaje brusco y original, y el uso de canciones a la manera de un DONNIE DARKO carioca suman a ese enrarecimiento de la propuesta, que combina situaciones y momentos muy efectivos con otros en los que pareciera primar el jueguito estilístico más que algún tipo de verdad emocional de los personajes.
Más allá de una duración un poco excesiva, la película tiene un último y largo plano muy original (tanto en su idea como en su factura) que, si bien no resignifica todo lo visto hasta entonces, le agrega un eje de lectura inesperado e intrigante a la película, dándole un giro sorprendente a su mirada crítica de esa subcultura de adolescentes que observan su propio ombligo sin casi prestar atención al mundo real que las rodea y acecha. O acaso, a su manera, sí lo estén haciendo…