Pocas veces pasa en un film, casi de inmediato sumerge al espectador en un mundo selvático y misterioso, que flota entre lo onírico y lo real, que seduce y atrae, que intriga y asusta. Es que la directora Agustina San Martin, después de varios cortos exitosos, realiza su opera prima llamativa, que es antecedida por un exitoso recorrido de festivales y premios. Con gran sensibilidad y talento sigue el camino de una adolescente que llega a Misiones, en la frontera con Brasil, en una zona, donde, igual que en la película, los límites se borran. En ese ambiente desconocido ella, que sufrió hace poco la muerte de su mamá, busca a su hermano al que hace tiempo no ve. Necesita respuestas. Recala en el hotel de una tía que la recibe a regañadientes en un ambiente extraño y fascinante. Lugar donde las chicas susurran que hay un espíritu de un hombre malvado que encarna en distintas bestias, y hay evangélicos que gritan que hay que matar lo demoníaco tomando justicia por mano propia. Un mundo patriarcal exacerbado, donde el mal ataca a las mujeres en sueños y realidades. Ellas se defienden como pueden, la tía a los tiros, una huésped y la protagonista atreviéndose a largar el deseo. Una película de crecimiento, “coming of age”, con un tono de fantasía irresistible, de horror inasible, como las noches que se hacen eternas en el insomnio. Con una estética cuidada y exquisita de la realizadora, subrayada por la excelente fotografía de Constanza Sandoval y una gran edición de sonido de Mercedes Gavirira. La directora se arriesga y gana en mostrar lo que experimenta esa niña-mujer inocente, insegura, valiente. La que se atreve al largo viaje de la noche al día.