Este oscuro thriller político paraguayo es una gran sorpresa. En los 70, plena dictadura de Stroessner, dos tipos marginales se ocupan de descartar cadáveres que un grupo de militares les entrega casi diariamente. El espectador no sabe mucho de estos dos personajes, que no son asesinos, pero obviamente no pueden dejar de ser cómplices de los crímenes. Por supuesto, la rutina puede quebrarse, y de golpe ambos podrían tener que enfrentarse a un “morto que parla”. El director Hugo Giménez logra una notable opera prima con esta tensa situación que, por momentos, recuerda a esos ejercicios de suspenso que alimentaban la antológica serie “Alfred Hitchcock presenta”. Justamente un punto débil del film es que pasada la mitad de la proyección se vuelve un tanto obvio que el argumento debe ser estirado para alcanzar la duración de un largometraje. Eso, y la sensación de que Giménez podría haber subido un poco el volumen con la acción y los toques macabros, no impiden disfrutar de un solapado humor negro, muy buenas actuaciones y un enorme talento para fotografiar las locaciones selváticas. Lo mejor de todo son las actuaciones con diálogos durísimos pronunciados en un guaraní serio y dramático, para nada pintoresco.