Hugo Giménez ofrece en “Matar a un muerto” la posibilidad de reflexionar sobre la reciente y sangrienta dictadura de la región a partir de la interacción de tres personajes en medio de un limbo generado por circunstancias políticas y sociales que los sobrepasan y atraviesan. En ese limbo imaginario, o no, dos “enterradores“ de muertos, y un recién llegado, convivirán mientras los dos primeros deciden qué hacer con ese que viene a modificar la cotidianeidad y rutinas en las que están inmersos.
Pocos diálogos, algún que otro recurso extradiegético, la naturaleza que avanza sin pedir permiso, reforzando la intervención ocasional del hombre en la comunidad en la que habitan, y describiendo de cuerpo entero a cada uno de los personajes.
Curiosamente, en la austeridad y minimalismo de la puesta, “Matar a un muerto” transmite muchísimas más ideas sobre nuestro pasado que superproducciones que reposaron la mirada en un fenómeno que superaba fronteras, demostrando que cuando hay ideas y convicciones sólidas sobre la narración es más fácil generar relatos.
Primera película paraguaya (en coproducción con Argentina) que se sumerge tan de lleno en la dictadura de Stroessner, originalmente iba a responder a desenterradores de “tesoros” escondidos por ahí. Tema que el cine paraguayo explotó en varias producciones.
Por eso celebra el espíritu de Giménez, quien además, en sus colaterales y en ese presente en el que las acciones respondían a decisiones piramidales, pero que en la complicidad y ejecución no hacían otra cosa que configurar un sistema habilitado para “desaparecer” personas y dañar a pueblos enteros.
Aquello que la gran pensadora Hanah Arendt manifestaba acerca de la banalidad del mal, que no era otra cosa que el responder servilmente sin reflexionar (o sí, pero sin decirlo) a un régimen nefasto y oscuro, en cada fotograma de “Matar a un muerto” se respira un conjunto de respuestas, las que, curiosamente, vuelven a decir lo mismo des y a.
A la hora de mostrar esos gestos y acciones el guion busca, con una progresión dramática laxa, reconstruir un pasado del que poco y casi nada se conocías, en las periferias de las grandes urbes, en la selva misma, peleando por aquello que se considera necesario.
“Matar a un muerto” cala hondo, desnudando a los espectadores una verdad, no LA verdad, tras aquellos que decidieron no ser cómplices y los que sí, configurando un tejido sociopolítico favorable para el asesinato, la sangre, la muerte y sus derivados.