Filosofía barata y balas de goma
Resulta difícil tomar en serio una película que pone como mensaje en el contestador de su protagonista la frase: “Te comunicaste con la casa de alguien que no tiene nada que perder y nada que ganar”. A lo mejor esta no era una película para tomarse en serio, aunque su tono grave, su voz en off filosófica y su acercamiento a temas como el de los desaparecidos y los marginados parecen indicar lo contrario. En realidad no queda muy claro cómo hay que tomarse Matar a Videla.
Vamos con lo básico, el argumento: un joven de 24 años que vive en Capital pero es del interior comprende (según nos dice su incesante voz de narrador) que la vida no tiene sentido, que vamos a morir sin haber "cambiado nada", que somos piezas de un sistema inhumano y rutinario. Abrumado por esta evidencia (aunque no visiblemente angustiado) decide suicidarse y antes de hacerlo comienza a cerrar su vida: renuncia al trabajo, corta con su novia (interpretada por Emilia Attías), visita a su familia en el pueblo, se reúne con los amigos. Un día, deambulando por las calles, se encuentra con una manifestación y de pronto comprende que puede (y debe) dejar un último legado antes de morir: va a matar a Videla. Comienza a planear. No vamos a contar el final, pero digamos que hay un giro inesperado, un cura de por medio y la verdad revelada por boca de Estela Carlotto en un sueño.
La calidad técnica de la película deja bastante que desear, con imágenes sobreexpuestas, diálogos prácticamente inaudibles, malos encuadres. Pero aun si quisiéramos dejar de lado estas limitaciones (hasta cierto punto justificables) y las actuaciones un tanto rígidas, hay elementos que fueron planeados concientemente y resultan francamente incomprensibles. Un ejemplo es la escena (altamente teatral, burda como si se trata de una telenovela) en la que Julián, el protagonista, sale a comer con sus amigos en el pueblo. Todo está dispuesto para remitir al cuadro de Leonardo Da Vinci La última cena. Se entiende la referencia: es la última comida del protagonista con sus amigos. Están todos los elementos: la mesa larga y angosta, las personas dispuestas de un solo lado de la mesa o en las esquinas (artificialidad explicable en un cuadro pero que resulta insostenible en una película), la distribución de los platos. ¿Cuál era el sentido de citar de un modo tan obvio este cuadro, además de la idea de una "última cena"? ¿Debemos interpretar resonancias mesiánicas en este jovencito? ¿Hay algún matiz más allá?
Todo en esta película parece responder a una mirada adolescente, en lo que la adolescencia tiene de más torpe y limitado. Otro ejemplo: el modo en el que la voz en off reflexiona, mientras ve pasar por la ventanilla del tren una villa miseria, acerca de los marginados que crea el sistema para que "los ricos sean más ricos" no tiene más justificativo que reflejar la "melancolía" de este joven que descubre que el mundo es injusto. O el modo en el que la tortura y desaparición de personas durante la última dictadura militar en Argentina y los marginados del 2006 de alguna forma poco definida y casi mística remiten exclusivamente a la figura de Videla.
No hay complejidades ni compromisos reales, todo está tamizado (como se dice en los créditos finales) por el mundo mental de este joven abúlico y posmoderno. Si al fin y al cabo Matar a Videla no era más que el retrato de este chiquito conflictuado, ¿para qué invocar semejantes temas? Todo sea por demostrar cuán sensible es el protagonista a "los problemas de la vida". Resultaría gracioso si no tocara, como dice la propia película, una herida que está abierta.