Clementina (2017), su debut como directora, Jimena Monteoliva -conocida en el medio local por su trayectoria como productora- ya había reunido con buenos resultados su interés por el cine de terror con la problemática de la violencia de género. Matar al dragón continúa ese mismo camino, poniendo el foco en la historia de una mujer sometida que decide rebelarse (buen trabajo de Justina Bustos en un papel exigente).
Desaparecida durante años después de un traumático episodio sucedido en su infancia, Elena se reencuentra con su hermano, un médico (Guillermo Pfening) que decide darle un lugar en su hogar a pesar de los riesgos que entraña para su propia familia: además del peligro que representa por ser portadora de un virus potencialmente contagioso (otro dato que tiñe de actualidad a la película), hay un siniestro personaje relacionado con su pasado que sigue al acecho. La trama también incluye algunos inquietantes misterios vinculados con la brujería que la directora utiliza como sagaz alegoría de la trata de personas.
El notable trabajo de fotografía de Georgina Pretto acentúa el tono pesadillesco de este film, que seguramente será más eficaz con los amantes de un género de larga tradición que en la Argentina tiene su reducido núcleo de cultores fieles, pero al mismo tiempo puede ser un buen anzuelo para los iniciados en busca de sensaciones fuertes.