ENTRE LAS BUENAS INTENCIONES Y LA CONFUSIÓN
Matar al dragón es una nueva apuesta del cine nacional con elementos fantásticos. En ella, una joven llamada Elena, que había desaparecido hace algunos años, es rescatada por su hermano: ella posee un virus, mientras que él se dedica a la medicina. La lleva a su casa, pero se encuentra con el temor de su esposa, que duda acerca de si la chica pueda contagiar o no a sus hijas. Todo esto se da en un contexto particular y bastante lúgubre: en la zona han desaparecida varias niñas, y de hecho esta situación está relacionada con la sorpresiva vuelta de Elena.
La película de Jimena Monteoliva es un ejemplo de lo que le sucede a muchas películas de género nacionales: hay un germen de buena intención que se queda solo en eso. La presentación de personajes tarda mucho y la película tiene una primera media hora muy lenta y confusa. Hay dos líneas de tiempo que por el recurso visual de un sueño de uno de los personajes no termina de entenderse hasta que avanzado el relato.
Los sucesos de Matar al dragón ocurren en una casa de clase alta de los años 30’s del Siglo XX, con los personajes están caracterizados como en esa época (especialmente la madre y las hijas), mientras que en una cueva se remite a un universo post-apocalíptico. Pero luego de una explicación, ambos universos se unirán. Los protagonistas, Justina Bustos y Guillermo Pfening, mantienen su registro durante todo el film, pero el resto del elenco está fuera de tono (el personaje de Luis Machín es el que más se nota). La falta de timing para generar climas de suspenso se hace notoria en varias escenas, muy claramente en una búsqueda en el bosque. En definitiva, Matar al dragón es una película que en el guion seguramente interesaba mucho más, pero ese interés no queda plasmado en la pantalla.