Matrimonio alla Joyce
La referencia a la obra Ulises de James Joyce es omnipresente para la crítica de cine -ya sea a través de la misma información de prensa como en las notas de los colegas- pero absolutamente insignificante para el público en general. Sin embargo es un buen modo de iniciar una nota sobre una película intrascendente. Es bueno tener elementos que hagan lucir al crítico frente a una película que carece de todo brillo.
Matrimonio, el segundo largometraje de Carlos Jaureguialzo, cuenta un día en la vida de una pareja que lleva 20 años de casados. Para hacerlo, la narración se construye en una primera instancia asumiendo el punto de vista de Esteban (Grandinetti). La segunda mitad de la película contará la misma realidad desde la mirada de Molly (Roth), su esposa. En ambos casos recurre al relato interior, el fluir de la conciencia de los personajes, en un corto camino de un día hacia la noche, en el cual los relatos se encuentran y el punto de vista se aleja y se hace exterior a ellos.
En la frase “tal vez lo mejor sería separarnos” con la que comienza el relato interior de Esteban, se marca la tensión que afecta al matrimonio. Molly atraviesa una depresión intensa y se niega a salir de la cama, mientras Esteban se encuentra perdido en medio de lo cotidiano, la familia, el trabajo creativo y las presiones laborales. Esteban y Molly son (eran), para propios y ajenos, casi una marca registrada, un par indivisible. Esteban sufre la tensión que genera la dialéctica entre esta indivisibilidad y el presente de crisis en la pareja. ¿Cómo sería que esa relación que nadie imagina rota? ¿Cómo imaginar el aroma de un perfume sin probarlo en la piel de Molly? Marcado por el relato interno articulado por el uso de la voz en off, en el capítulo relatado por Esteban este recorre Buenos Aires como un fantasma, por momentos hostilizado por esa ciudad que no comprende el dolor por una pérdida.
Molly se debate con su depresión, la atención a un hombre con quien se promete un encuentro amoroso más imaginario que real y una profunda hipocondría. Su tiempo en el relato es el tiempo de la mirada. Molly mira las situaciones como si todo le fuera ajeno, como si el mundo fuera un puro exterior que no puede ni quiere aprehender. Podría decir que mientras Esteban debe hablar, debe pensar el mundo, Molly necesita mirarlo.
La situación, relatada con libertad, sin anclajes concretos y sin afirmaciones clásicas, adquiere su forma y sentido en el encuentro con el espectador. Sin embargo el film es anodino, segmentado, esquemático. Esta contradicción entre aparente libertad y esquematismo constructivo produce un desacople entre las intenciones estéticas declaradas en el modelo “alla Joyce” constantemente aludido y la estructura del relato.
Matrimonio tiene un pobre guión, con apenas un par de escenas logradas. Y con un guion intrascendente, por más que se cuente con las mejores intenciones, difícilmente se logre hacer una buena película.