Veinte años en un día
En tono de drama y de comedia, la ficción artística abunda en historias que reflejan a la institución matrimonial en sus diferentes facetas. En el cine, desde las comedias del neorrealismo italiano a las introspecciones bergmanianas, las hay superficiales, divertidas, corrosivas y reflexivas en torno de la pareja conviviente. Están los directores que la abordan desde la parte más exterior y los que se adentran como Rossellini con su emblemática Viaggio in Italia (1954), protagonizada por Ingrid Bergman y George Sanders.
Esta película argentina (realizada por el matrimonio que también componen el director Jaureguialzo y la guionista Marcela Silva Nasute), parece inspirarse en el mismo modelo, donde la acción fundamental se encuentra en el interior de cada uno de los personajes, que no dejan escapar al exterior más que indicios de su desafuero interno, pequeños detalles de su desesperación, retazos ínfimos de su pasión aún latente.
En “Matrimonio”, Esteban (Darío Grandinetti) y Molly (Cecilia Roth) son una pareja que superó los veinte años juntos; él diseña publicidades y ella es compositora musical pero la crisis se ha instalado en su convivencia, un tema del que no hablan entre ellos pero sí con otros, con la médica de ella o el analista de él. El posible o imposible momento del reencuentro entre ambos es la gran incógnita que abre el film.
Dulce y diáfana
El relato reconstruye un día entero en la vida de estos personajes que deambulan por la ciudad buscándose y perdiéndose. Inspirada muy libremente en la novela Ulises, de James Joyce, se advierte una estrategia narrativa inteligente y con buen ritmo, lo cual resulta un doble mérito si se tiene en cuenta que el argumento descansa más que en acciones, en sensaciones y diálogos en off, poniéndose todo el énfasis dramático en la tarea de los actores protagonistas.
Molly y Esteban aparecen en pocas escenas juntos en el film y aun menos compartiendo un mismo plano. Esto acentúa el gran desencuentro por el que atraviesan los personajes, pero desde su inicio la película crea un clima sensible que remarca una cotidianidad dulce y diáfana, desde el gato que se desliza entre partituras y los objetos con dinámica propia que gotean su melancolía como la tinta de una lapicera o el agua que derrama una canilla rota. La suavidad de la luz y la intimidad de la música van evitando los excesos trágicos y dan lugar a algunas pausas para el humor, como la imperdible escena del ascensor o la de la escalera en el hospital, con la interrupción de la suegra siempre entrometida en la relación.
Todo en un día
La película significativamente incluye como trama secundaria, un velorio y un nacimiento (las dos caras de la existencia). Además se divide en dos partes bien diferenciadas que describen los mismos momentos de un mismo día, pero vistos desde perspectivas y subjetividades distintas, la de Molly (Roth) y la de Esteban (Grandinetti), que se preguntan acerca de qué los mantiene unidos después de tanto tiempo.
“El hecho de que se cuente dos veces lo mismo, desde dos miradas y perspectivas, les da a los hechos más peso y profundidad en una película que habla del amor en la madurez y de los sentimientos encontrados que se producen entre los miembros de una pareja de edad mediana. Lo hace describiendo el conflicto interno de los protagonistas, su monólogo interior, el fluir de su conciencia. El estado de ánimo de los personajes es el eje desde donde se articulan los movimientos de estos grandes actores que son Roth y Grandinetti con mucha personalidad como para transmitir por dónde pasa su interioridad.
La película es muy ascética en el relato, sin irse por las ramas, y eso pasa también con la luz y el sonido en una estructura ajustada como para mostrar claramente lo que pasa en un día que abarca no sólo el devenir cronológico sino el tiempo que no se puede medir con los relojes.