El despertar de la Matrix con Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss
“La Matrix” reinicia con esta especie de secuela tardía/remake maquillado, muy en boga entre las propiedades intelectuales que llevan veinte a treinta años marinando en nostalgia.
Para variar vuelve de la mano de una de las creadoras de la trilogía original, Lana Wachowski, en vez de un subcontratado de la calaña de J.J. Abrams o Colin Trevorrow, y se centra mayormente en los personajes originales en vez de un relevo millennial que viaja gratis.
La preocupación por revolucionar el medio de nuevo repitiendo viejos hits se halla en el corazón de Matrix Resurrecciones (The Matrix Resurrections, 2021). En principio, la cuarta película postula que las primeras tres han sido en realidad una serie de videojuegos creados por Thomas Anderson (Keanu Reeves), quien ahora está siendo presionado por replicar su éxito con una continuación que no quiere hacer. “Warner Brothers la va a hacer con o sin nosotros,” le dice su jefe, Smith (Jonathan Groff), el primero de varios guiños autorreferenciales.
La primera mitad de la historia se mantiene dentro de un bizarro limbo meta-textual que a veces derrapa en comedia y contiene poco a nada de acción. Deprimido y atosigado por la burocracia corporativa, Thomas comienza a ser atormentado también por personas que parecen salidos de sus juegos, como “Tiffany” (Carrie-Anne Moss) y un tal Morfeo (Yahya Abdul-Mateen II). Es un comienzo tan desconcertante como intrigante, satirizando la maquinaria detrás de su propia existencia y abusando del material de archivo con obsesión cinéfila. No verán tanto canibalismo deconstructivo por fuera de la nouvelle vague más pretenciosa.
Así como Matrix (The Matrix, 1999) introducía nociones alarmantes sobre el constructo de la realidad, Matrix Resurrecciones quiere repetir su impacto al cuestionar la naturaleza de la serie en sí. Pero a mitad de camino descarta sus ínfulas de intriga psicológica a lo “Twilight Zone” y la cuidada ambigüedad que confunde realidad con ficción, encarrilando la historia hacia un territorio harto familiar. Es una lástima porque nunca se pone tan buena como su primer acto. Los que hayan sido engatusados por tan innovador comienzo van a sentirse decepcionados y los que simplemente quieran más de lo mismo también, porque las escuetas escenas de acción no están a la altura de las originales ni aportan nada nuevo en materia de efectos especiales.
La película termina adoptando los peores aspectos de la serie, sobre todo las secuelas: la constante necesidad de cháchara explicativa. Ya sea en forma de filosofía barata o la ciencia ficción que prefiere decir a mostrar, no se nos permite descubrir ni deducir nada sin que alguien vomite un torrente de información irrelevante. Tampoco hay momento para el asombro ni el misterio: la mayoría de las escenas comienzan con algún tipo de interrupción que viene a explicar extensamente qué está ocurriendo o por ocurrir. Cuando llega la acción es casi de mala gana.
Los personajes interpretados por Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss aportan lo más parecido a humanidad a la historia. Si la relación entre ellos se sentía súbita y algo chata antes, aquí demuestran una atractiva química - aún cuando el guión dicta que no les toca reconocerse. Casi por descarte su romance se ha convertido en la piedra angular de la historia, trascendiendo la leyenda de El Elegido o la interminable guerra contra las máquinas.
El resto de los personajes, incluyendo una generosa adición de intercambiables millennials (los hipsters han reemplazado a los punks), quedan relegados a la nada mucho antes del final. Todo un buffet y ni una sola proeza o muerte memorable. Su mayor contribución a la narrativa son sus presentaciones individuales, en las que explican con insólito orgullo las trivialidades que han definido sus personalidades. Morfeo 2.0, despojado de su mística religiosa, ha pasado de la figura del mentor a la de bufón. Hasta los villanos designados son más chistosos que intimidantes. Pero eso habla de la película en general: hace de casi todo un chiste.
El menester de la ciencia ficción es observar el presente para fantasear sobre el futuro. Hace 22 años, en vísperas de la paranoia del Y2K, la dependencia acelerada de nuevas tecnologías y el advenimiento de las vidas cibernéticas en fuga de la realidad, Matrix hizo exactamente eso. Hoy en día lo único que Matrix Resurrecciones predice son más secuelas.