Esta cuarta entrega que viene de la mano de una sola de sus creadoras, Lara Wachowski, tiene atractivos y desilusiones. Primero es muy autorreferencial hacia su propia invención. En su estreno fue un bombazo que le partió la cabeza a más de un fan, que se hizo adicto a las secuelas. No se le puede negar a la creación de las Wachowki una mirada a la ciencia ficción que marco época y estética, verdosa y original, por más que existieron acusaciones de plagio. Pero aquí nos encontramos con que el principal atractivo es la reunión de un Keany Reeves grande pero con su magnetismo intacto junto a una heroína divina como es Carrie Ann Moss. Ya por verlos juntos y teniendo una nueva oportunidad en la ficción bien puede valer el precio de la entrada. Keanu es Thomas Anderson creador del famoso videojuego “Matrix”, una trilogía que exige demasiado: Una cuarta entrega. Ella es una ama de casa que se cruza con Anderson y no lo conoce, aunque el atractivo traspasa realidades. Pero ya sabemos que en Matrix nunca existe ni una realidad ni una ficción. Hay nuevo equipo, muchos videoclips de películas anteriores de la saga y muchas explicaciones como para que nadie quede afuera. Claro que hay enfrentamientos oscuros y confusos, las consabidas balas ralentizadas y otras verdades paralelas que no sorprenden más.