Lo que empieza como una secuela que se cuestiona su propia razón de existir termina volviéndose algo muy parecido a lo que critica en esta ingeniosa pero finalmente repetitiva continuación de la saga iniciada en 1999.
Como la reciente SPIDER-MAN, el nuevo capítulo de la saga MATRIX es consciente de su propia existencia: aquello que muchos solemos definir como «meta». Si la película del superhéroe arácnido se tiene que hacer cargo de las complicaciones de producción en el mundo real (cambios de estudios, de actores, de trajes, de poderes, reboots, etcétera) e insertarlas a la trama, la cuarta parte de la trilogía creada por las hermanas Wachowski y que hoy solo continúa una de ellas, Lana, se ve en un problema aún más complejo ya que plantea que en el mundo de la ficción –y, uno sabe, también en el real– casi nadie quiere realmente hacer una cuarta parte de MATRIX. Ni los Wachowski ni Keanu Reeves. Bah, Keanu quizás sí pero Thomas Anderson, su personaje en la ficción, definitivamente no. El que sí quiere hacerla, cueste lo que cueste, es Warner Bros.
NOTA: TODO AQUEL QUE NO QUIERA SABER NADA DE NADA DE LA TRAMA PODRIA CONSIDERAR CUALQUIER COSA ESCRITA DE AQUI EN ADELANTE COMO SPOILER. Ese es el planteo filosófico que propondrá la película poco después de una escena de acción que la abre presentando a personajes nuevos (como la joven Bugs y el reemplazante de Laurence Fishburne conocido simplemente como Morfeo 2) que serán fundamentales en el resto de la trama y que dan a entender que la historia todavía continúa como si nada hubiera pasado. Pero no, no es así. O, al menos, no del todo.
Anderson ha vuelto a ser el programador de computadoras que era antes de los eventos de la MATRIX original. Han pasado muchos años (quizás, más de lo que parece) y el hombre es una leyenda en el gremio por haber creado «Matrix», que en la ficción de la película es un exitoso videojuego que revolucionó la industria décadas atrás. Pero Anderson está tratando de desarrollar nuevas propuestas y olvidar todo aquello, ya que la experiencia fue tan fuerte y creíble que el hombre, en un momento, no supo distinguir realidad y ficción y creyó que, como Neo, podía volar. Y no, no podía. ¿O sí?
Lo cierto es que sus miedos regresan con todo cuando un hombre quizás no casualmente llamado Smith (Jonathan Groff), su jefe en la compañía de videojuegos en la que trabajan, le dice que la empresa madre, Warner Bros (je!), quiere hacer una cuarta parte de Matrix. Sí, es un videojuego aquí, pero para el caso es lo mismo. Thomas no quiere saber nada con volver, dice que ya dejó de lado todo eso y sabe, además, que retomar el tema es un potencial «disparador» para regresar a sus pesadillas en las que lo que es real y lo que no se confunden.
Su psicólogo, conocido como El Analista (Neil Patrick Harris) prefiere que el hombre se siga medicando con sus pastillitas azules antes de que tenga episodios esquizofrénicos como los que pusieron en peligro su vida más de una vez. Pero órdenes son órdenes –si no lo hacen ellos, otros lo harán, parece decir Warner– y a Thomas no le queda otra que empezar a producir una nueva entrega de la saga, con el problema adicional de que nadie en su equipo de colegas/fans parece ponerse de acuerdo respecto a qué fue lo que hizo mítica a la trilogía original.
En paralelo, además, Thomas se cruza en un café con una tal Tiffany (Carrie-Anne Moss), a la que reconoce como parte del videojuego original. Pero ella no sabe quién es él y no tiene idea acerca del tema. Es una mujer casada y con hijos que lleva una vida muy convencional. Pero se podrán imaginar que, en un momento determinado, esos dos lados de la moneda se unirán, ambos retomarán contacto y la lucha real por el control del mundo renacerá. ¿O seguirá siendo parte del juego?
Durante su primera hora –que abarca esta suerte de ingeniosa autoparodia y luego continúa con los primeros cruces entre «universos»–, MATRIX RESURRECCIONES parece haber podido resolver uno de los grandes inconvenientes que persiguen a este tipo de secuelas. Es una película que se cuestiona su propia razón de existencia y se pregunta: si todo lo que había para decir sobre el tema se dijo y la trama más o menos quedó cerrada, ¿qué sentido tiene, además del comercial, seguir haciendo secuelas?
El problema, claro, es que Wachowski está haciendo esa película que quizás nunca quiso hacer y, de ahí en adelante, tiene que encontrar un motor un tanto menos «charliekaufmanesco» para poder existir. Dicho de otro modo: la película tiene que funcionar por sus propios medios. Y en un sentido filosófico/político encontrará esa motivación. Para la realizadora, claramente, esta nueva MATRIX existe, en algún punto, para probar que el mundo no tiene que ser tan binario como se lo presentó en la primera trilogía, algo que uno podría interpretar como una necesidad expresiva y personal. Y, si se quiere, también como una defensa de algún tipo de militancia por cambiar la realidad esta que conocemos, la de la Matrix.
El problema es que para llegar a una conclusión que refleje tales nobles ambiciones hay que crear una trama de acción, combates, villanos, giros narrativos supuestamente sorpresivos y demás características de las superproducciones contemporáneas. Y ahí es donde la película, finalmente, le da la razón a Lilly, que prefirió quedarse afuera de la propuesta de Warner (la real, digamos). Ya no hay mucho para inventar en ese terreno, las escenas de acción son cada vez más confusas e ilógicas y el propio universo que desarrolla la saga en términos narrativos está bastante agotado, por más giros, variantes, referencias a la trilogía (se ven aquí varias de sus «verdosas» escenas) y sorpresas que la trama pretenda incorporar. Aquello del «deja vu» es aquí mucho más que el nombre de un gato. Abarca a todo el resto de la película.
Si hay un elemento que «salva» a esa segunda hora de loopearse sobre sí misma indefinidamente es la relación entre Neo y Trinity (o Thomas y Tiffany), dos adultos que ya no tienen veintipico y que encuentran en esta nueva aventura no solo la posibilidad de reencontrarse sentimentalmente de una manera que entonces no pudieron (el peso de los años juega a su favor en ese sentido) sino que se permiten también una segunda chance de alterar un mundo que hizo de su añeja creación una commodity más de la gran industria del espectáculo. Es todo, como pueden darse cuenta, una gran contradicción. Pero tanto la directora como Warner y hasta los espectadores somos conscientes del juego. Es así como MATRIX RESURRECCIONES nos ofrece tragarnos las dos píldoras a la vez y seguir participando…