“The Matrix” dio un giro de ciento ochenta grados al panorama del género de ciencia ficción, escrita y dirigida por las hermanas Wachowski y protagonizada por Keanu Reeves, Laurence Fishburne, Carrie-Anne Moss y Hugo Weaving. Dado su fenomenal éxito, la franquicia devendría en una serie de videojuegos, cortos animados y cómics. Además, en 2003, se estrenaría, de forma simultánea, los films “Matrix Recargado” y “Matrix Revoluciones”, reavivando la mística de tan fabulosa concepción. Los novedosos efectos visuales que habitaban la realidad paralela se convirtieron en un soporte visual como vehículo a una intrigante narrativa, que aunaba conceptos filosóficos y religiosos. Múltiples lecturas políticas se desprendían de una acción rodada a alta cantidad de fotogramas por segundo. El mérito correspondía a las hermanas Lana y Lily Wachowski. El precedente había sido sentado.
Esta vez, Lana trabaja en solitario, sin la compañía de su hermana, confiando en lo pertinente -y comercialmente redituable – que tiene para decir “Matrix”, casi veinte años después. Dos horas y media de metraje buscan resolver el interrogante acerca de cuál es el contexto del nuevo Neo. Flashbacks mal implementados se acumulan a lo largo de una hora completa, plagada de referencias en absoluto superfluas para los fans de la saga. Mientras el meta mensaje abusa de su condición y los guiños se acumulan parodiando a los propios intérpretes, se recrea el paradigma de la película original: la concatenación de diálogos subliminales amenaza con romper la cuarta pared, mientras códigos binarios navegan los nuevos rincones de esta insurgente versión útero de videogame.
A diferencia de la trilogía original, un tono de comedia caracteriza a la primera parte del relato. No es la ambición una de sus características, observamos, mientras inquirimos acerca del remanente en aquella profundidad filosófica de la película original. No hay colosal puesta en escena que pueda maquillar serias fallas de guion. Puede que la secuencia de acción inicial sea la mejor de toda la película, también es cierto observar que el efecto ralentizado no luce igualmente impactante que dos décadas atrás. La esencia de la mentada resurrección se sostiene sobre una línea muy delgada que se balancea entre el homenaje y la parodia, dejando un sabor de boca insuficiente. Resuelve algunas de las inquietudes planteadas, dilapida el potencial de otras. La búsqueda de la justificación lógica se desentiende del genuino sustento y el factor emocionante no siempre colma las expectativas. Tradicional y previsible, dividirá opiniones bajo el primordial interrogante: ¿Por qué otra película de Matrix?
Una de las primeras sorpresas que arroja la flamante aventura sci-fi es la inclusión de un nuevo Morfeo, mientras Laurence Fishburne brilla por su ausencia y la elección actoral de reemplazo deposita un cúmulo de dudas. Keanu Reeves conserva la agilidad, mientras que Carrie Ann-Moss su atemporal carisma. Poco más preserva esta dimensión paralela de realidad virtual, en búsqueda del mero escapismo cuando la belleza se fuga de la esencia cinematográfica corrompida por franquicias sin el más mínimo sentido conceptual y estético. Que veinte años no es nada, dos décadas después poco puede custodiar el asombro aquel, hoy átomos desprendidos de un cuerpo desgastado. “Matrix Resurrecciones” ensaya un mini destello del otrora tótem adorado. Hay algo patético en la ausencia de sentido, comprobará la audiencia al despertar del vacío sopor, de toda película que se idolatra a sí misma.