(Antes de empezar la crítica propiamente dicha, sepan disculpar la siguiente observación: creo que a esta altura de la tilinguería anglicista no asumida que gobierna nuestra habla, donde en cualquier menú mugriento de hamburguesas se lee burger, traducir la palabra ‘Resurrections’ es hoy un anacronismo de mercado, además de que desmejora el título desde un punto de vista fonético. En una película que metaforiza (o no tanto, según los metafísicos radicales de las teorías celulares) sobre nuestra obediencia debida a una vida gris de rutinas del montón, que invoca los fantasmas aciagos de nuestra esclavitud al conformismo, y que se formaliza estéticamente a través de los recursos visuales más hiperbólicos (es la saga que popularizó el “tiempo-bala” [o bullet-time, en fin], el vector de la revolución visual de la segunda película de las Wachowski), queda muy provinciano traducir un título a todas luces a priori comprensible en su idioma original. Aunque no sepa una sola palabra de inglés, aunque no haya hecho la primaria, con toda sinceridad me cuesta aceptar que exista una persona que no pueda deducir que ‘Resurrections” es “Resurrecciones”. Esta demagogia también es tratar de imbécil al público).
Lamentablemente –y acá nos zambullimos en el maremágnum de códigos binarios verdes que nos convoca– e imprevistamente, Lana Wachowski también nos trata de imbéciles. Por ejemplo: cuando necesita decirnos que Jonathan Groff interpreta al nuevo Agente Smith, la perversa y ubicua némesis de Neo que en las tres primeras partes interpretó magistralmente el nigeriano formado en Australia Hugo Weaving, Wachowski precede la aparición de Groff con un torpe flashback de Weaving en primer plano; este recurso de sobre-explicación nauseabunda se repite como un mantra visual para espectadores con capacidades diferentes. La presencia actoral de Groff es endeble e insuficiente; no siendo ominosa, sólo es peligrosa porque él lo dice, poniendo cara de malo; casi un inocuo antivirus para la amenaza viral que representaba la potencia actoral del metro noventa que mide el temible Weaving; parafraseando el “Universo Matrix”, Groff es una anomalía del sistema.
Falló al antivirus
Para más inri, todo es muy confuso éticamente. El rasgo de inteligencia predominante durante los cimientos de la concreción de este cuarto episodio de la saga consistió en la negativa de Wachowski en vender su alma a los caprichos descerebrados del fandom, concesión autoral que hoy se conoce cínicamente como fanservice, más propiciada por los estudios voraces de multiversos que por los directores carentes de contrato; aunque, todo hay que decirlo, por default Matrix: Resurrecciones es en sí misma un servicio directo al fanático de la trilogía porque existe gracias a la presión del fandom. Estamos de acuerdo, aparece El Meravingio, retomado por Lambert Wilson, cuya sofisticación arrogante y sinuosa lo adhirieron a la perfección a la cosmogonía matrixiana, atravesada por mentiras, tramas, conspiraciones y realidades oblicuas. Pero son detalles de casting, como la inexplicable recuperación de un personaje secundario que nunca fue decisivo, Niobe, que interpreta con su habitual ineficacia Jada Pinkett Smith.
Seamos sinceros, al irse la mitad creativa detrás de la trilogía Matrix, nada podía prometer un regreso a la saga en plena e idéntica forma.
Y así (no) ocurrió.
Los comentarios previos imbuidos de esperanza sobre este cuarto capítulo por parte de quiénes aún sentimos admiración por el primero como hecho revolucionario del lejanísimo 1999, descansaron sobre una cuestión de fe, más que de realismo. Después de todo, lo cristiano surfea la totalidad del subtexto no tan sub de la saga.
Sumemos una ausencia grave –gravísima– que nadie ha mencionado; a una figura clave en la edificación de las maniobras de la acción cuerpo a cuerpo de la trilogía original a un nivel absoluto. Nos referimos al maestro, guionista, director, coreógrafo y actor chino Yuen Woo-ping (que inmediatamente después le orquestaría las secuencias de peleas de Kill Bill a Quentin Tarantino), cuya implicancia en los proyectos es absorbente y decisiva, casi hasta alcanzar el rango de codirector. Sin aquel viejo experto en kung fu, la producción de Matrix: Resurrecciones optó por contratar a Eric Brown, un profesional que no ayudó a consolidar toda una escuela de especialistas en escenas de artes marciales a lo largo de cuatro décadas, como hizo Woo-ping, sino que, sin desmerecerlo, pero comparándolo fatalmente, diseñó la acción de las tres primeras John Wick y alguna Rápido y furioso. En esto anda Hollywood: le excita más el presente efímero que cualquier magisterio milenario. ¿Hay algún lector que crea que el look a lo John Wick que ostenta Reeves en Matrix: Resurrecciones es casual? En una era de terror al fracaso, cuando los que consumen cine creen que una película de ocho años es antigua (la distorsión psíquico-espacio-temporal que cimentó la moda del reboot), es probable que no. “¿Cómo podemos atraer a la pibada de John Wick?”, se preguntó uno mirando al peluquero. Todo dura dos días: hemos creado un nuevo Efecto mariposa.
Viejo verde
La famosa escena de la entrada al lobby de Neo y Trinity, armados hasta los dientes, para enfrentarse a un escuadrón de policías en Matrix (1999) quedó grabada a fuego y a tiempo-bala en los archivos históricos del progreso tecnológico del arte cinematográfico. Esta escena, incluso, se usó durante los años subsiguientes como ejemplo de diseño audiovisual para testear compras de equipamiento tecnológico en auditorios y salas públicas y privadas. Así de impactante fue la operación técnica de aquella irrupción en el cine agónico de la década de los noventas. Matrix no fue el último hito de aquella década sino el primero del nuevo milenio. También fundó en el cine de Hollywood una estética andrógina que impedía, por ejemplo, diferenciar el aspecto de Neo al de Trinity; ambos eran pelicortos, depilados, oblongos y solemnes (en definitiva, una constante de lo decantado como subtexto en la relación lésbica de Gina Gershon y Jennifer Tilly en Bound, de 1996: sexo hay uno solo). Esta estética andrógina fue profética porque devendría en una brecha de asunción LGBTTTQINBAP+ por la que los Wachowski hicieron la transición a las Wachowski. Heteroapóstatas, al cabo. Ultramodernas.
Pero lo que más se extraña (y lo que más extraña) es la deserción de aquella tonalidad verdosa agregada en filtros de postproducción, derivada de los códigos binarios, que impregnaba la diégesis de Matrix con pertinencia informática arrolladora. Este tono era representativo, pero quedó en el tintero en esta cuarta parte, e ignoramos en qué reunión se decidió una idea tan absurda, ya que transcurre en el mismo universo dominado por hardwares empoderados. Esta omisión acusa su peso en oro cada vez que Wachowski intercala un flashback de la trilogía; queda en evidencia que nada de lo que vemos alcanza la calidad de la película de 1999; no hay rastros diferenciales entre las estéticas fotográficas de Matrix: Resurrecciones y, por caso reciente, el reboot de Resident Evil (2021), proviniendo ambas de orígenes muy diversos. Además de haber creado un nuevo Efecto mariposa, creamos la necesidad de homologar la estética de todo el cine de entretenimiento mundial, para que nada ose parecerse a algo diferente.
Otro elemento valioso (no hablamos de nostalgia, sino de valor plástico) que murió en alguna reunión de marketing: casi no había en aquella acta fundacional de fin de siglo una toma con la cámara al hombro que no tuviera su porqué. Sabemos que el verdadero deseo de quitar la cámara del trípode se origina en la necesidad de representar nerviosismo o desequilibrio de algún tipo, familiaridad, urgencia; hoy se la canonizó indiscriminadamente para abaratar costos y reducir tiempos (bajo el cobarde pretexto de no ser puristas); la sintaxis temblorosa domina esta cuarta parte como domina todo el cine de acción contemporáneo, cuando Matrix irrumpió en su época como una estrella fugaz revolucionaria al proponer el diseño del cine de acción de las dos décadas subsiguientes. Es un acto de traición a la calidad visual de la trilogía –o al menos a la primera parte de la trilogía– sustituir su estética distintiva por un aggiornamento ridículamente centennial de filtros de Instagram.
Vemos anteojos ciberpunks de diseño y peinados en tecnicolor muy diversos, como en la tapa de un disco de La Roux. No es suficiente para ser modernos. Matrix: Resurrecciones, como todo lo que hacen las Wachowski, se alinea con una ética estética inclusiva que se desprende de un ideario inclusivo. Pero en esta oportunidad su puesta en escena es exclusivamente conservadora. Lo irónico es que se conservan los modos de una primera parte hecha por ella misma en el pasado. La marca de la computadora es la misma, pero el códec no. Para los neófitos en Neo (en la película aparecen nuevas especialidades, como los “neólogos”, que estudian a Neo como a la Biblia), esto podrá ser más que suficiente. No lo es.
Infestada de flashbacks explicativos que evitan el ingreso del carácter ontológico del lenguaje fílmico (narrar mediante la interacción complementaria de la imagen y el sonido), esta cuarta parte desmiente la intención de la teoría que sustenta la trilogía original porque termina siendo una víctima de los algoritmos, un regreso robótico decidido por un staff de expertos en negocios pero no en cine; en definitiva, un producto construido sobre hashtags que succionan la energía vital del autorismo que subyace, hoy como recuerdo lejano, en la obra previa de las Wachowski.
Hay dos declaraciones de principios desgranadas por Lana Wachowaski usando como muñecos de ventriloquia a sus personajes. Una es un palo a la institución familiar, epicentro del conservadurismo social, mediante el personaje del analista, interpretado por Neil Patrick Harris:
“Vos y ella añoran en silencio lo que no tienen mientras les aterra perder lo que tienen. Para el 99% de tu raza, esa es la definición de realidad”.
Pero el grito de indignación que pega El Meravingio es aún más declaratorio, amén de elocuente del desgrane creativo de esta tercera secuela (lo que lo tiñe de un ligero cinismo):
“¡Antes se valoraba la originalidad!”.