Cuando entramos al cine, se apagan las luces y nos sumergimos en la pantalla. Vivimos una realidad ilusoria. Y en Matrix Resurrecciones, con el regreso de Neo (Keanu Reeves), las simulaciones corren de un lado para otro.
Recordemos que al final de Matrix Revoluciones (2003) Trinity (Carrie-Anne Moss) moría, Neo se sacrificaba y los humanos quedaban liberados en esa disputa con las máquinas y la Matrix.
Pero Matrix Resurrecciones no funciona como una “actualización” del sistema.
No.
En cierto sentido, sucede algo similar como en Spider-Man: Sin camino a casa: ambas películas -sus tramas- saben que están alterando realidades, y se produce un fenómeno, como si tomaran conciencia de sí mismas, como si se autoanalizaran, y hasta se autoparodiaran.
Neo en esta realidad de Matrix Resurrecciones vuelve a retomar su identidad de Thomas A. Anderson: es un diseñador de videojuegos bastante famoso, sobre todo porque con uno la pegó fuerte. El juego se llama Matrix.
La compañía de juegos para la que trabaja es propiedad de Warner Brothers (!). "Nuestra querida empresa matriz, Warner Bros., ha decidido que harán una secuela de la trilogía”, con o sin ellos, se dice, y se habla de Anderson como un nerd calvo, por más que lo veamos con el cabello largo y esa barba tan Keanu.
Bueno, si vieron el trailer, allá por septiembre, lo comprenderán.
Neo paranoico
Thomas tiene pesadillas, no quiere saber nada con retomar Matrix. Está algo paranoico. Quién no lo estaría. Pero no es como en Free Guy, donde el protagonista (Ryan Reynolds) se sorprende al darse cuenta de que es un personaje dentro de un videogame.
¿O sí?
Hasta que un día Thomas, en esta simulación, se cruza en el café Simulatte (!) con Trinity, pero se llama Tiffany, está casada, tiene dos hijos y ella no lo reconoce.
Su psicólogo (el Analista, interpretado por Neil Patrick Harris) lo mantiene a tono con pastillas azules (!), pero cuando se cruce con un Morpheus distinto (no, no es Laurence Fishburne, sino Yahya Abdul-Mateen II, de la nueva Candyman), y le ofrezca una píldora roja…
Que el jefe de Thomas en la empresa se llame Smith (Jonathan Groff) no hace más que reforzar lo autorreferencial, y la autocita, que no desmitifican nada del asunto. La trama incluye a una hacker ciberanarquista de nombre Bugs (sí por Bugs Bunny, de la WB) y cabello azul (Jessica Henwick).
El desafío que era la primera Matrix, como jugar con la gravedad -en el siglo pasado: se estrenó en 1999-, ahora no es más que una reiteración. Neo podrá esquivar o no las balas, adelantar los brazos y crear ondas de energía que impidan que lo acribillen los disparos, pero esto ya lo vimos.
Mucho de lo que vemos en Matrix Resurrecciones, también, y no solamente por los flashbacks que pasan como clips de las distintas películas.
Los hermanos Wachowsky de la trilogía ahora son hermanas. Lana (que era Andy) dirige Matrix Resurrecciones, Lilly (Larry) no quiso saber nada. Y es como si esta cuarta película (o Lana) hiciera un autoanálisis. Ni el cine es lo que era en 1999, cuando estrenó la primera Matrix, ni Lana era lo que es hoy (era Andy).
Hasta podemos ver, si queremos, en Matrix Resurrecciones que nada es tan binario -buenos y malos, Neo y su némesis el Agente Smith- como lo planteaba la saga original.
Quien quiera oír, que oiga, quien quiera ver….
Caben, al menos y por lo pronto, dos preguntas. Qué llevó a Lana a decir sí, haré una nueva de Matrix. La otra, que está íntimamente relacionada con la primera, es qué quiso contar. Porque sin una historia nueva, es más de lo mismo.
Matrix Resurrecciones apela a la nostalgia, a lo que quienes vimos -al menos la primera Matrix- sentimos al ver las gafas negras y los trajes y sobretodos largos.
Lana sabe lo bien que impacta en los ojos del espectador de cualquier edad y generación el agua, sea en gotas de lluvia o en charcos, los vidrios rotos, el polvo flotando en el aire. Su estilo sigue siendo recargado, algo barroco.
Pero lo barroco aquí no es la parafernalia en imágenes, sino las explicaciones, una y otra vez, de lo que está sucediendo. Lana ha perdido algunas cosas con el correr del tiempo -originalidad, la primera- y parece necesitar aclararnos lo que está ocurriendo, o lo que va a ocurrir, mientras los fans disfrutan -o tratan de- al ver cómo algunas imágenes, pedacitos de escenas, se parecen a alguna que ya vieron hace muchos años.
Son esos clips que nos traen al viejo Morpheus. O a un Neo muy jovencito. O al Oráculo.
Claro: si el lector aquí, o el espectador en la butaca, no vio ninguna Matrix, no se le moverá un pelo.
Hay una vuelta de tuerca, porque sino no se entiende para qué resucitar a los protagonistas -no a todos; no vamos a spoilear nada-. Como si Lana se extasiara de su propia creación.
Lo de la nostalgia trae la paradoja de que si Matrix alguna vez fue vanguardia, cambio y evolución, ahora no: se apela a los recuerdos.
Sí, en más de un sentido Matrix Resurrecciones es más de lo mismo; como si reciclar lo ya visto pueda traer algo nuevo, cuando todos ya conocemos la respuesta.
Es que, en síntesis, el trailer de Matrix Resurrecciones era mucho más atrapante, atractivo y daban ganas de ver la película. Para eso se hacen los trailers. El asunto es que con Matrix Resurrecciones, después de verla, esas ganas por ver más están como apaciguadas.
Y eso que hay una pequeña escena postcrédito, que en la premiere del lunes arrancó, de los que quedábamos en la platea, las únicas risas y/o muestras de entusiasmo. Pero tampoco crean que era para tanto.