Esa misteriosa cualidad de lo “verdadero” parece brotar desde el primer plano de esta película del debutante Hernán Rosselli acerca de la vida de un hombre que se dedica, irónicamente, al tráfico de billetes falsos. Lo “verdadero” está impreso en cada diálogo, en cada actitud, en cada imagen de este filme cuya impresión de realidad es tan fuerte que durante un buen tiempo uno siente que está ante un documental o algún tipo de ejercicio manejado con “cámaras ocultas”.
No hay una nota falsa, no hay un plano fuera de lugar, no hay un diálogo que parezca extraído de un guión previamente escrito. Si el neorrealismo con el que el cine argentino viene coqueteando desde su renovación de mediados de los años ’90 buscara una expresión de máxima pureza, de destilaciñon absoluta, tendría que detenerse aquí: no se puede ir mucho más lejos que esto.
mauroLo cierto es que Rosselli construye, con los devenires de su oscuro personaje (que tiene algo del Ratso de Dustin Hoffman en PERDIDOS EN LA NOCHE) a través de un mundo suburbano, un retrato impresionista de un negocio, de una “familia” y de un espacio social. Ese sur del Gran Buenos Aires tiene aquí su primer gran película, con Rosselli encontrando en ese mundo y personajes algo similar (y aún más imponente en su verosimilitud) a lo que Raúl Perrone o José Campusano encuentran en sus respectivos universos.
Es una película sobre las peripecias de un pasador de plata trucha que pone un taller para falsificar billetes y luego se enamora poniendo en riesgo su empresa y sus relaciones personales. Pero más allá de la trama, lo que la película construye (desarma y rearma) es un universo de boliches nocturnos, ferias de ropa, bandas de metal, de calles suburbanas que parecen cobrar vida en la pantalla.
mauro2Una película sobre el trabajo (da la impresión que estos falsificadores “actúan” demasiado bien su… trabajito), MAURO es la puesta en escena de una forma de vida y, como sin quererlo, de un país de economías paralelas –y vidas paralelas– en constante crecimiento. La película tiene algo de MUNDO GRUA y algo de BONANZA, en un estilo que la hace continuadora de la “primera ola” del nuevo cine argentino.
Pero Rosselli –en su opera prima como director, él es montajista– no va por el lado de la contemplación ostensible, de cámaras fijas y planos largos. El mundo que retrata se mueve al ritmo nervioso y atribulado de su personaje. Va y viene, y se lleva puesto a los espectadores. Una opera prima notable y posiblemente el máximo “descubrimiento” del BAFICI desde EL ESTUDIANTE, de Santiago Mitre. (Crítica publicada originalmente durante el BAFICI 2014)