Mentira la verdad
La última edición del BAFICI tuvo al cine argentino como protagonista casi exclusivo. Se habló más de la Competencia Argentina y de las películas argentinas en la Competencia Internacional que de cualquier otra cosa. En ese marco, Mauro obtuvo el segundo premio en importancia y se transformó en una auténtica revelación.
Y quizás “autenticidad” sea una palabra clave para definir el trabajo de Hernán Roselli en la dirección. Sin la mirada condescendiente de cierto cine festivalero que a veces se obsesiona con los personajes marginales, el director debutante muestra un conurbano bonaerense que conoce bien. Más allá de las posibles referencias, como Bresson (que resulta excesiva y tiene que ver una temática similar a El dinero, de 1983), hay una mirada propia que describe sin adornos. Mauro está narrada con la habilidad suficiente para potenciar sus atractivos y esconder sus limitaciones. El procedimiento de montaje que recorta las escenas otorga urgencia y veracidad y, de paso, limita la exposición de los no-actores, en particular del protagonista, el Mauro del título, cuya vida se ha acercado mucho a la del personaje, un “pasador”, alguien que compra en ferias cosas que no necesita para cambiar billetes falsos. Con eso se arregla, pero quiere algo más, y junto a su amigo Luis instala un precario taller para hacer billetes por su cuenta. Esa apuesta de riesgo lo llevará a enfrentar a los dueños de ese negocio, y a sus propias limitaciones.
Mauro se mueve en un mundo muy definido, de una precariedad y una urgencia que remite a la Argentina post-2001, pero el comentario social queda en segundo plano, el centro está en los personajes, tratados con toda la ternura posible y alejados de cualquier estereotipo de héroe o villano. Cada uno hace lo que puede. Y los mayores aciertos del film están en encontrar pequeños espacios de intimidad que hacen que la historia respire. Mauro se mueve en un mundo de falsificadores retratado de una manera muy genuina.