Imágenes de lo real
Boliches oscuros, apenas iluminados tubos fluorescentes, kioscos amurallados, ropa barata, rock, transas, casas bajas, calles perdidas, pasiones de cabotaje y la distorsión moral de una clase media empobrecida, sobreviviente. Mauro, ópera prima de Hernán Rosselli, Premio Especial del Jurado en el último Bafici, sigue la cotidianidad de un falsificador y su grupo más cercano, en pleno conurbano, un espacio reacio a ser retratado por su gigantismo, pero que Rosselli parece conocer como nadie antes en el cine argentino.
La película tiene un montaje urgente, que acompaña los desplazamientos del protagonista (extraordinario trabajo de Mauro Martínez) y muestra su contexto crudo, lleno de aristas filosas, trampas de un territorio hostil en donde hay que saber moverse. Mauro es sobre todo un "pasador", que con los billetes falsos que fabrica junto a su amigo Luis y su esposa Marcela –notable trabajo a la hora de mostrar la manufactura artesanal de proceso–, compra cosas, estafa a otros desesperados, a muchos miserables que, como ellos, tratan de sobrevivir. Y la rutina funciona, sigue su lógica hasta que Mauro conoce a Paula, un personaje tan desplazado como el resto pero extraño al trío inicial y que desencadena el quiebre, la tragedia.
La verosimilitud se transmite en cada fotograma del film, que logra una autenticidad devastadora, una verdad incuestionable, un verosímil visceral y arrebatador en 80 minutos de relato, para mostrar un universo conocido pero a la vez distante y ajeno.
Si Pizza, birra y faso sentó las bases de lo que luego se llamó Nuevo Cine Argentino, 15 años después, cuando el paradigma se convirtió en norma e incluso le aparecieron clones al NCA, Mauro –sin obviar Vil romance y Fantasmas de la ruta, ambas de José Celestino Campusano–, viene a redefinir el realismo en el cine nacional con una puesta precisa, asentada en un tratamiento documental que no hace más que aportar verdad a la ficción.