Mauro es un pasador. Pasador es el nombre que se utiliza para los que hacen circular billetes falsificados, y que mediante los vueltos, va obteniendo un margen de ganancia. A Mauro se lo ve en negocios callejeros de Once, de Constitución, de Retiro. Lugares que se ven igual. Mostrando una repetición tanto en su accionar como en los anclajes de supervivencia paralela al mercado oficial. Mauro es de zona sur, no es casualidad que se vean los centros neurálgicos donde el conurbano se confunde con la Capital Federal, y donde el tren (transporte popular por antonomasia) atraviesa la línea imaginaria pero terriblemente palpable que divide el centro de la periferia. Mauro tiene una pareja amiga, Marcela y Luis. Con éste último es quién monta un pequeño taller donde comienzan a hacer los billetes que antes solo se encargaba de hacer pasar.
La ópera prima de Hernán Rosselli es una de las películas argentinas del año. Y una que además aporta una visión difícil de hallar habitualmente. El mérito principal de Rosselli es dejarnos ver a través de Mauro. Los boliches, las calles, la estación del tren, la casa de un amigo. Todo es expuesto con una cercanía y autenticidad que no suele abundar en el cine nacional. Rosselli no trata de explicar ni de utilizar diálogos para ubicarnos en esos lugares y realidades, él nos aproxima a un mundo íntimo mediante la cámara, llenando los espacios con gente genuina y posible. La vertiente policial de la historia brinda tensión al relato, sin ella la historia habría quedado más cercana al relato costumbrista. Nuestro protagonista no solo es pasador, también trabaja en un taller y cuidando ancianos, pero la ilegalidad pareciera afirmarse como uno de los pocos instrumentos de supervivencia para romper la agotadora realidad.
Los boliches, las calles, la estación del tren, la casa de un amigo. Todo es expuesto de la mano de Roselli con una cercanía y autenticidad que no suele abundar en el cine nacional.
Rosselli sabe contar y mostrar. La ciudad, los rostros y los contextos, no son cálidos, resultan desamparados. Pero no los dibuja con desprecio, en su enfoque hay amor y respeto. Utiliza la cámara para que apreciemos lo que muchas veces se prefiere obviar, los detalles de un andén, un fondo de patio sin flores y una habitación donde también habita la humedad. Lo actores se perciben en los espacios, uno convive con ellos, sea bajando una palta de un árbol como barriendo el polvo del suelo. En esos gestos (como el de Mauro visitando a la madre) uno logra verse conectado. Un mundo cierto de gente laburante, un mundo estancado bajo un sistema limitado.