Las guerras de hoy y las culpas de siempre
Hay películas que interesan porque abordan un tema nuevo y aportan conocimiento. Más allá de los méritos cinematográficos, que los tiene, este es un film que interesa. Reflexiona sobre la locura de la guerra, sobre las dudas morales de los soldados y hasta cuestiona a su país: insinúa que Estados Unidos con sus ataques puede estar fabricando más terroristas. Por todo eso el film nunca pierde interés. Por lo que deja ver y por lo que invita a pensar.
El mayor Tom Egan (Ethan Hawke) es un ex piloto de guerra. Los ataques tripulados han sido reemplazados por drones. Tom ayudado por el satélite ahora sólo tiene que cumplir la tarea “oficinesca” de apuntar y disparar sus misiles desde un lugar ubicado a pocos kilómetros de su casa, en las afueras de Las Vegas. Por la noche, vuelve al hogar, donde lo esperan su linda esposa y sus dos hijos. Los operativos son comandados desde la CIA. A veces se eliminan focos peligrosos pero a veces se mata por las dudas. Pueden ser talibanes, miembros de Al-Qaeda ubicados en Afganistán, Pakistán o Yemen, pero también sin querer pueden caer inocentes. Las guerras nunca seleccionan. Pero Tom se hace preguntas y reproches. Matar de lejos sin arriesgar el pellejo le resulta inmoral. El tipo extraña la adrenalina de su avión de guerra. Y esa locura se expresa en su hogar. La despersonalización de los combates de hoy, que se juegan como si fuera una play station, dejan sus rastros en el alma devastada de este soldado confundido. Tom es un ausente, en la guerra y en su casa. Su vida está en otra parte. También dirige a distancia sus afectos, tan amenazados, pero allí no hay misiles que despejan el terreno. Las añoranzas y culpas no le dan tregua. ¿Qué hacer? Un film valiente, inquietante, provocador.