Otro realizador del que uno no sabe bien qué pensar: Andrew Niccol. Responsable de un clásico menor como Gattacca, sus películas giran alrededor de guiones siempre ingeniosos donde un elemento extraño nos obliga a sentir que el mundo es totalmente inestable. Su problema suele ser la rémora didáctica, explicar de más, tratar de predicar alguna verdad política o social que lastra el relato. Aquí narra la historia de un piloto de drones (Ethan Hawke) que, seguro desde un comando en Las Vegas, se dedica a bombardear a control remoto al Talibán. A quién bombardee es lo de menos: aquí el relato pasa por la relación entre la tecnología y la moral, y el campo de batalla, la conciencia del protagonista. Aunque Niccol no deja de lado sus taras habituales, tiene un actor que comprende a la perfección a su criatura, y provee al film de uns profundidad moral menos literal de lo que el director habría querido. Es decir, no nos toman como nenes de escuela sino como adultos, y eso otorga al film un espesor poco habitual.