Desde lejos no se ve
El director Andrew Niccol nos tiene acostumbrados a escarbar en los lugares donde el ombliguismo yankee hace la vista gorda, pero también a no profundizar demasiado en la mugre y quedarse con la periferia y las intenciones bien pensantes, que a veces no alcanzan a consolidar su idea conceptual y dejan abierto un interrogante sobre su cine en particular.
La guerra teledirigida es un hecho ya tomado por el cine industrial como parte de la nueva vedette, para lucir todo tipo de puesta en escena y ganar así la espectacularidad que el público requiere cada vez que consume ese producto prefabricado, que busca rescatar héroes y salvar cualquier tipo de culpa, simplemente con el esgrima de palabras que justifiquen un trabajo.
Alguien tiene que hacer la tarea sucia, parece ser la filosofía y desde allí todo tipo de análisis sobre el verdadero papel de los hombres resulta por lo menos estéril. En esa complicada senda transita Máxima precisión -2014-, que toma la experiencia traumática de un piloto de aviones de guerra, a quien le llegó su peor noticia: transformarse en un burócrata y dejar de lado la acción en el teatro de operaciones.
Lo de burócrata en realidad se concatena con una tarea de escritorio, que no está alejada de resolver el destino de vidas humanas, pero que apela a la matanza virtual manipulando drones mediante un joystick. Los blancos elegidos, siempre vinculados a Medio Oriente, objetivos estratégicos o sencillamente terroristas dentro de ciudades que pasan a ser el escenario de daños colaterales, siempre que se consiga aniquilar al enemigo.
La distancia entre aquellos que, en un abrir y cerrar de ojos, desaparecen del monitor de Thomas Egan –Ethan Hawk- hace mella en su relación con el entorno, incluida su esposa - January Jones- y detona en su conciencia cuál es el verdadero rol dentro de una guerra absurda y mucho más aún con un enemigo invisible, mientras las evidencias de los juegos de poder circulan en cada orden recibida por parte de un superior - Bruce Greenwood-, que tampoco está convencido sobre lo que en ese espacio contenido de Las Vegas se desarrolla.
Lo interesante del opus de Andrew Niccol recae en la descomposición psicológica del protagonista y en algún que otro diálogo punzante y crítico contra la política exterior del imperio norteamericano y el avance de intereses del propio Estado por dominar el negocio de la militarización con nuevos paradigmas en juego y socios que antes eran serviles para ahora transformarse en actores decisivos y poderosos a la hora de pulsar botones o enviar soldados y drones a cualquier lugar del planeta.
No obstante, Máxima precisión se queda en la superficie del dilema moral, aunque debe reconocerse que no apela a los lugares comunes de todo film antibélico -o camuflado de bélico-, sino que confía en una mirada intimista y muy particular sobre las personas autómatas, que ejecutan órdenes, porque ese es su trabajo.