Recuerdo haber visto The Maze Runner sin mucha información encima. La figura del laberinto me era -y es- atractiva, quizás por lo borgeano, por lo griego, lo misterioso. La primera entrega es puro disfrute, una mistery box digna del mejor J.J. Abrams, que construye, cuida bien de sus personajes y los conduce hasta ese final que lo sacude todo. La segunda entrega, Maze Runner: The Scorch Trials, estandarizaba las cosas. Ya sin el misterio de la anterior, el mundo se abre, las cartas se ponen sobre la mesa y cumplía, a pesar de perder claridad narrativa lograba tocar ciertas teclas sin que le sobre nada.