SIEMPRE NOS QUEDARÁ EL LABERINTO
La primera entrega de Maze runner tenía su encanto, especialmente porque había una apuesta formal que excedía al modelo trillado de las distopías adolescentes que poblaron las pantallas hace unos años: allí, un grupo de personajes permanecía encerrado en un espacio y la única salida posible era un laberinto, y la información que teníamos era la misma que ellos tenían. Eso acrecentaba el misterio y la intriga. Y si bien los personajes no tenían mayor encanto y se los adivinaba bastante planos cuando la tensión del relato bajaba y había que construir el drama, lo interesante era que la historia los enfrentaba a situaciones límites de verdad y el riesgo se sentía como real. Lamentablemente el final de aquella película anticipaba los males que vendrían luego: allí se aclaraba el panorama (demasiado) y la historia se acomodaba en un molde de ciencia ficción juvenil y falsamente revolucionario. Eso explotaba en la segunda parte, agigantada tras el éxito de la primera y sin poder escapar de la rutina y el tedio.
Así las cosas, la tercera entrega, esta Maze runner: la cura mortal, llegaba sin mayores expectativas y casi por cumplir, ya que este tipo de sagas adolescentes están un poco en extinción. Tal vez la falta de pretensiones ayudó a que la película avance sin demasiados inconvenientes, aunque está claro que el cierre de la historia permite que narrativamente el film sea más concreto: hay un horizonte, los personajes se dirigen hacia allí y la película se dispersa poco. De hecho, el arranque de La cura mortal es muy bueno, con una secuencia que hace recordar a sagas como Misión: Imposible o James Bond, con rescates imposibles y salvadas de último momento, y donde el montaje cumple una función indispensable. Incluso ese comienzo es tan bueno, que el recurso se repite en el medio de la película aunque, claro, sin el mismo nivel de eficacia o sorpresa. Pero es ahí, en esos pasajes donde el director Wes Ball se aleja de la letra escrita (recordemos que todo esto parte de una serie de novelas de James Dashner) y deja que la aventura y el movimiento activen, cuando crece la película.
Lamentablemente Maze runner: la cura mortal tiene menos de estos pasajes (hay otra buena secuencia en un túnel lleno de zombies) y más de esos en los que la cháchara se inunda de reflexiones filosóficas un poco berretas. Los creadores de esta saga tal vez no se hayan dado cuenta que quedaron relegados en el reparto de franquicias adolescentes, y que todo lo que aquí se expone ya fue dicho en Divergente, Los juegos del hambre y algunas otras que anduvieron dando vueltas por ahí. Definitivamente se trata de un producto Clase B que funciona cuando es consciente de ello y pierde cuando se pretende épica, como en esa última media hora donde las situaciones se alargan por demás y el final deja al descubierto un poco la inutilidad de todo lo que se contó: ¿en serio semejante movida para tan poco?
Tal vez como los personajes mismos, Maze runner nunca pudo salir de aquel laberinto.