Sé que debo escribir sobre cine, pero llegados a este punto es necesario aclarar las ideas y ordenarlas un poco para poder ver el bosque que tapa el árbol.
La literatura de ciencia ficción pensada para adolescentes está teniendo algunas dificultades con la originalidad, y en un par de casos (“El huésped” -2013-, “Soy el número 4” -2011- , la colección de “Crepúsculo” completa – 2008, 2009, 2010, 2011-) para plantear lecturas profundas sobre ellos, al menos algo que vaya un poco más allá de si está bien o no enamorarse de alguien distinto o las tribus urbanas determinadas sólo por su forma de vestirse.
Es increíble que no haya una oleada de juicios por plagio a esta altura. En el caso de la ciencia ficción futurista el escenario se plantea luego de algún evento apocalíptico (se rompió el sol, se tiró la bomba, etc.) y con una sociedad eminentemente violenta que intenta volver a organizarse empleando métodos poco democráticos. O los autores, presionados por los ceros del cheque, pierden la brújula en la mitad del segundo libro, o simplemente la idea está agotada. Algunos salen bien, claro, pero cuando pasa eso ¿quién puede ceder ante la tentación de seguir escribiendo a cambio de una islita en la Polinesia? ¿Se imagina si se escribiera hoy “La naranja mecánica”? ¿Cómo hace Anthony Burguess para explicarle al editor que ya está? Que es un sólo libro. Ni a palos podría enfrentar a la caja registradora. Terminaría firmando para escribir “La banana a pedal”, “La sandía eólica” y el final de la saga se desdoblaría en dos: “Aguante la mandioca: la fruta es mentira” y “Aguante la mandioca 2: el retorno del melón digital”.
Si tomamos los planteos básicos de “Divergente” de Verónica Roth, “Los juegos del hambre”, de Suzanne Collins, y “Maze Runner”, de James Dashner, por mencionar las sagas más exitosas entre el público joven, todos se parecen en algo, o al menos tienen el mismo esqueleto. Futuro desesperanzador, la humanidad (en especial los adolescentes) está dividida en grupos según sus “aptitudes”, y los chicos puestos a prueba con distintos experimentos ya sean para convertirlos en algo más de lo que son, para ensayar sistemas de gobierno o para prolongar a los detentadores del poder. Por alguna razón casi implícita se clasifica a los pibes estilo Jardín de infantes. Salita verde, amarilla, azul, etc. También son aislados o separados en grupos comunes. Como se ve, no abundan las ideas nuevas. Lo que sí abundan son adaptaciones cinematográficas de libros que se venden por millones, razón por la cual no alcanza con uno. Hay que escribir cuatro o cinco más y, por supuesto, al último hay que desdoblarlo en dos películas. Si no, no vale.
Se estrena “Maze Runner: correr o morir”. El autor lo ha definido como una cruza entre “El señor de las moscas” (1990) y “Lost” (serie TV 2004/2010), pero esto es cierto en la epidermis de la historia. Se parece a otras cosas en las capas más profundas. En la primera escena, Tommy (Dylan O’Brien) es subido a la superficie en un ascensor. Llega confundido, amnésico y mal dormido, a una suerte de chacra rodeada por cuatro paredes gigantes, cada una de las cuales ostenta unas compuertas. Cuando decimos gigantes es en serio. A ojo de buen cubero estamos hablando de 30 ó 40 metros de alto. No hay adultos en éste lugar. Sólo chicos varones de una edad promedio de 15 años. Hay un líder al que todos siguen, y están divididos en grupos según sus…..
¡Adivinó! Aptitudes, igual que en “Divergente” (2014). Así tenemos a los corredores, los granjeros, los constructores, etc. Pero esto no importa mucho porque todo se focaliza en los corredores que día a día salen al laberinto para tratar de trazar un patrón que les permita saber qué hay más allá. Miguitas no pueden dejar porque a la noche se cierran las compuertas y dentro del laberinto quedan los Penitentes, Una mezcla de arañas mecánicas con bofe de vaca, muy malas por cierto. Siempre hay un elegido. Esta vez Tommy, que pese a su condición reúne valores como coraje, sentido común, osadía y curiosidad. Suficiente para comenzar la aventura y “desordenar” el orden establecido por los chicos en ese lugar en donde hay reglas a cumplir a rajatabla.
De todo el grupo se desprenden Newt (Thomas Brodie-Sangster), un chico con habilidades físicas; Miho (Ki Hong Lee), un corredor, Chuck (Blake Cooper), casi un niño al que asignan el seguimiento de Tommy, y Gally (Will Poulter), típico malcriado con más músculo que cabeza. Por supuesto nadie sabe nada. El espectador se irá enterando de todo a medida que el protagonista pueda averiguarlo. La supervivencia durante una noche en el laberinto, con rescate del líder Alby (Aml Ameen) incluido y el envío de sopetón de Teresa (Kaya Scodelario), una chica, la única, del grupo, serán los disparadores para acelerar la aventura. Tommy tiene pesadillas recurrentes con imágenes en un laboratorio, las mismas que ella. Allí estará la respuesta pues.
Es indudable la calidad de factura de “Maze Runner: correr o morir”. Todo funciona acorde a la millonada que costó y nada está puesto por azar. El debutante Wes Ball agarró el fierro caliente de la dirección con mucha solvencia para amalgamar los rubros técnicos en los cuales la banda sonora y la composición digital se llevan los mayores aplausos. El elenco cumple con creces, en especial el chico Blake Cooper. En cuanto a la fidelidad como adaptación, los guionistas Noah Oppenheim, Grant Pierce Myers y T.S. Nowlin, dejaron de lado a los fans ortodoxos y se tomaron varias licencias de mayor o menor envergadura, como por ejemplo la forma en la que Tommy y Teresa se comunican
Por supuesto que todo queda abierto para la siguiente entrega (de cuatro novelas más y una sexta parte que se está escribiendo), mientras tanto este buen entretenimiento funciona y entretiene.