Los niños perdidos
El fenómeno de la literatura para jóvenes adultos, y su eventual transposición a tanques hollywoodenses, es un proceso popular que ya tiene varios años y exponentes en su haber. Dentro de este movimiento, el género de ciencia ficción, y más específicamente el de la ficción distópica parece ser el favorito. Basada en el best seller de James Dashner, Maze Runner: Correr o Morir (Maze Runner, 2014) intenta presentarnos un futuro calamitoso, en el que la civilización se encuentra subyugada al desafío de la supervivencia en su estado más puro. Vale la pena aclarar que la palabra clave es “intenta”.
Arrojados a una primera escena dinámica y oscura, conocemos a Thomas (Dylan O'Brien), un adolescente que llega de buenas a primeras a un espacio natural alternativo llamado “The Glade” sin recuerdo alguno más que su nombre. Allí, Thomas es recibido por una mini sociedad de jóvenes igualmente amnésicos, que lo adoptarán e instruirán en el arte de sobrevivir a un ambiente hostil: La tribu se encuentra rodeada por cuatro paredes que dan lugar a un inmenso y letal laberinto. Atrapados sin salida, los muchachos han formado a lo largo de los años sus propias reglas, oficios y hasta celebraciones. Cada mes reciben un nuevo miembro, y la convivencia es pacífica/cuasi idílica. En The Glade, sin embargo, el único pecado es la curiosidad: está terminantemente prohibido pasar la noche en el laberinto. Como es de suponerse, el personaje de Thomas viene a romper ese orden, y se desarrolla a través del film como un líder carismático que empuja a los otros hacia lo desconocido. Como contracara, el laberinto responde a sus transgresiones, avivando así una creciente puja de poder entre los chicos. Las cosas se complican aún más con la llegada de Teresa, la única y misteriosa integrante femenina. Con la ayuda de un “corredor”, Thomas termina guiando a sus compañeros hacia la verdad y, en definitiva, hacia el escape de esa prisión.
Si bien el desarrollo de personajes es más bien superficial y las interacciones resultan endebles, hay que reconocerle un mérito al autor y a los guionistas: Alejándose de sus predecesoras - por ejemplo Los juegos del hambre (The Hunger Games, 2012) y El dador de recuerdos (The Giver, 2014) - Maze Runner: Correr o Morir evita el lugar común del romance joven y del triángulo amoroso, y esto se agradece infinitamente. Con la exuberante cantidad de best sellers YA (Young adult – jóvenes adultos) que existen hoy día, es refrescante ver una trama que se destaque con tópicos más ricos en un mar de hormonas revolucionadas. Sobre todo porque es claro que la narrativa no necesita esta muleta, y más allá de sus desaciertos es una historia atrapante que no deja espacios a rellenar.
El film también cautiva en sus momentos de acción, y es llevadero en su mayoría gracias a dos pilares que lo sostienen: la hermandad y la curiosidad como un fuerte rasgo humano. Ambos temas son sin duda referencias al género de la utopía negativa o distopía, ese futuro imperfecto e inhumano, donde la vida queda rehén de la evolución científica y tecnológica. De hecho, el film tiene varios guiños a El señor de las moscas (Lord of The Flies, 1963), mientras que combina una pizca de Lost con un dejo de Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979). El plato final es controvertible, pero al menos hace un intento de auto-superación.
Y es que las falencias de la película vienen, no muy sorprendentemente, del texto base: El secreto alrededor del cual se despliega la trama termina siendo vago, inestable y confuso. Resulta paradójico que las respuestas que se vienen anticipando desde el principio y que tanta expectativa causan, sean lo que derriba la calidad del film. Esto provoca que personajes como el de Ava Paige (Patricia Clarkson) y las escena finales caigan chatas a la hora de la verdad.
De todas formas, Maze Runner: Correr o Morir es una agradable sorpresa dentro de su subgénero: Tiene escenas dramáticas logradas, y un reparto de jóvenes actores que logran estar a la altura de lo que el film les pide. Cabe aclarar también que este es el primer largometraje para su director, Wes Ball, y es un muy buen debut: La escasez de recursos tecnológicos y la sensación artesanal de la estética del film dan cuenta de un director al cual conviene seguirle los pasos en sus próximos proyectos. En definitiva, Ball hace lo que puede con un material más bien débil, y nos deja un blockbuster entretenido, que sienta un buen precedente y un poco de expectativa por el prospecto de la inevitable secuela.