Listos para el fin del mundo
La nueva entrega de la saga Maze Runner es más larga y predecible que su predecedora, pero no decepciona.
Si en algo se destacaba la primera parte de Maze Runner era en su poder de síntesis visual y argumental a la hora de presentar una historia de supervivencia de adolescentes. Nadie sabía muy bien qué ocurría en ese laberinto que cambiaba de forma constantemente y que encerraba a un grupo de chicos en una tierra de nadie donde formaban una sociedad carente de adultos.
El misterio, el suspenso y el recelo eran las sensaciones dominantes, mientras que la acción se reducía a lo esencial: recorrer el laberinto hasta hallar una salida. Maze Runner 2, en cambio, es una película mucho más épica, más larga (20 minutos) y más previsible. Pese a que el director se repite (Wes Ball), lo que ofrece esta vez es un mundo complejo y una narración convencional.
El grupo de chicos liderados por Thomas (Dylan O'Brien) que creían haber escapado de la organización CRUEL -una especie de laboratorio totalitario que busca un antídoto a la epidemia que ha arrasado con buena parte de la humanidad– se encuentra ahora en una base militar. Sin embargo, ese encierro inicial sólo es el principio de una larga serie de peripecias a través de diferentes escenarios infernales.
Como si tratara de un videojuego, se accede a un nivel superior de dificultad y los peligros a los que deben enfrentarse para mantenerse vivos aumentan de manera exponencial. Los enemigos ya no son piedras que se mueven siguiendo un patrón variable, sino soldados, armas de fuego, helicópteros, aviones, guerrilleros disidentes y zombis.
Esa acción desencadenada impide que la historia respire a través de los personajes y de sus dramas individuales. Casi todo lo que hacen tiene un único fin: salvar sus vidas, y el conflicto más poderoso -las opiniones divergentes de Thomas y Teresa (Kaya Scodelario) sobre lo que es mejor para el futuro de la humanidad– se solapa con su relación sentimental y con la aparición de otra chica, Brenda (Rosa Salazar), que acapara la atención del protagonista.
Más allá de que renuncia a la originalidad de la primera, lo interesante de Maze Runner 2 es que no decepciona en ninguno de los géneros en los que incursiona. Sigue siendo la mejor saga de películas de pruebas adolescentes (en la línea de Juegos del hambre y Divergente) y tanto los zombis como la atmósfera posapocalíptica que presenta son dignos de la tradición cinematográfica que los precede.
En términos políticos, podría decirse que la industria audiovisual está entrenando a más de una generación para que se acostumbren imaginariamente al fin del mundo. Pero mientras ese entrenamiento tenga la forma de películas entretenidas y emocionantes, qué importa cuánta cruda verdad presente o futura medie entre una pantalla y la realidad.