Ya saben ustedes, amigos lectores, que los adolescentes han tomado por asalto el cine de gran espectáculo. Las ficciones están diseñadas para ellos y protagonizadas por ellos en gran medida. Hay varias sagas fílmicas donde son los sujetos de un poder omnímodo que ha surgido tras el colapso de la civilización (ahí están Los juegos del hambre o Divergente, sin ir más lejos). Maze Runner sigue esa idea: una plaga que diezma a la Humanidad, un organización que usa a los jóvenes en experimentos para lograr quizás una cura, pruebas a cual peor y más fantástica. Algo hay aquí, no hay duda, para que tales ficciones se hayan vuelto un fenómeno universal. En el cine, este segundo film de esta serie tiene más vueltas de tuerca que el primero, mantiene una acción casi constante y es un gran espectáculo efectivo en lo suyo, con suspenso y peligro suficientes como para mantener el interés a medida que se van sucediendo las secuencias un poco mecánicas del asunto. Es obvio que hay un negocio atrás y que, si los jóvenes son los que más gastan en entradas, sea lógico que sus obsesiones, miedos y deseos den forma a estos espectáculos. La pregunta es cuáles son, y ahí es donde estas películas se transforman, quizás a su pesar, en una especie de síntoma. Como film, funciona todo lo bien que la maquinaria logra concretar hoy en las pantallas. Será cuestión futura ver qué visió del mundo -no demasiado optimista, aclaremos- portan estas sagas.