A esta altura ya podemos decir que este tipo de películas son un clásico. No en términos cinematográficos claro está sino más bien en costumbre porque desde hace un tiempo todos los años tenemos un par.
Futuros distópicos, adolescentes e historias de amor. Algunas mejores (saga Los juegos del hambre), otras peores (El juego de Ender, 2013), la lista es amplia y con gran acogida mundial.
Cuando el año pasado se estrenó Maze Runner fue una grata sorpresa. Sus fieles seguidores estaban contentos y el público en general se encontró con un film bien planteado, entretenido y con un joven elenco acorde.
Como funcionó, la segunda parte de la trilogía de libros escritos por James Dashner llegó con rapidez a la cartelera.
El plot está bien pero es víctima de lo que suele pasar en las películas del medio de las sagas: parece que no hay ni principio ni final. Y eso resta y cansa.
En una secuencia uno de los protagonistas dice “extraño el laberinto” y la verdad que un poco se siente. Ese escenario y premisa era más interesante y atrapante que el desierto en donde transcurre la secuela.
Asimismo, me da la sensación que los personajes estaban mejor desarrollados en la primer entrega pese a las revelaciones que hay en esta.
Técnicamente está muy bien y las secuencias de acción no solo entretienen sino que tiene un par que pueden hacer saltar al espectador de la butaca. Eso le suma.
Dylan O’Brien y Kaya Scodelario encabezan el elenco de pseudo ignotos con mucha química. Todos están muy bien en sus papeles y el protagonista principal se la banca como tal.
El director Wess Ball continúa en la misma senda que el estreno del año pasado peo sin mayores innovaciones.
Maze Runner: Prueba de fuego es una digna secuela que se será muy bien recibida por los fans y que podrá entretener al resto del público siempre y cuando recuerden la película anterior.